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Junio 2013

EL SEÑOR DE LOS NUEVE SEGUNDOS. Roger Silverio

Batubsa miró por undécima vez hacia la luna, estaba redonda como un plato.  No cabía duda, mañana era el día tan esperado.  No podía conciliar el sueño.  Sabía que el camino a recorrer estaba lleno de peligros pero estaba decidida.  Por más de un año se había entrenado para enfrentar los más difíciles obstáculos. En el último mes había trabajado con ahínco en la elaboración de la lanza que la acompañaría durante el viaje.  La madera escogida era tan dura como el acero, por lo que labrar una punta afilada había sido una labor agotadora. Sus manos estaban llenas de callos y sus uñas estaban más negras que de costumbre.

Al partir, quiso pasar por la choza de Gumelt. Necesitaba fuerzas y sabía muy bien que ver de nuevo al hermoso hijo de su amiga sería un acicate que le ayudaría a emprender el viaje.

El niño apenas tenía cuatro años, era robusto y fuerte, su masculinidad era motivo de constante curiosidad por todas las mujeres de la tribu y aun las que estaban del otro lado del río.

Mientras avanzaba pensó que ella también hubiera podido tener tener un niño igual en estos momentos, pero cuando Gumelt la invitó a viajar cinco años atrás, tuvo miedo y prefirió quedarse.

Recordó cuando la desgracia llegó a su tribu. Hasta entonces los hombres eran excelentes para la caza y el cultivo de alimentos, también excelentes amantes, pero al hacer del ñuñús un alimento de consumo diario, comenzaron a enfermar y a morir. Los pocos sobrevivientes ahora eran inútiles para el trabajo y para la procreación.

El primer día de viaje no tuvo mayores dificultades, conocía parte del territorio. Durante las cacerías acostumbraba a internarse en esos parajes.  Sintió miedo cuando traspasó la parte elevada después del río pues nunca lo había hecho anteriormente. Fue allí cuando un enorme leopardo se lanzó sobre ella, pero con rapidez de relámpago interpuso la lanza entre su cuerpo y el felino atravesándolo mortalmente. Después de este violento encuentro, descubrió que la jícara donde llevaba leche de antílope y miel se había hecho añicos. No tuvo más remedio que comer las frutas secas que llevaba, untándoles lo poco que pudo  salvar de tan preciado alimento.

Luego de una larga semana y repetidos enfrentamientos con animales salvajes llegó al lugar.   Nunca había estado en el mismo, pero lo reconoció por las descripciones que Gumelt le había dado. Las rocas, las palmas lechosas y el humeante olor a carne asada no le dejaron dudas.

Fue directamente hacia la choza de ¨Tubuel le zoto romole¨, que en su dialecto  significa (el señor de los nueve segundos), así era conocido en todos los contornos de la región.

Allí estaba él en plena faena. Un grupo de mujeres esperaba su turno para recibir la gratificante oportunidad de aparearse con este macho lleno de bríos y genitales desmesurados.  Sintió una extraña excitación al ver que sólo nueve segundos después de haber terminado con una de las féminas, comenzaba con otra como si hubiera estado en celibato por meses.  Una a una fueron recibiendo su porción hasta que finalmente le llegó el turno a Batubsa.   Al pararse junto a  ¨Tubuel le zoto romole¨, este la miró con curiosidad,  la cargó como si fuera una hoja seca y llevándola hacia la parte interior de otra habitación, rompió el estambre que cubría sus caderas y muslos.  Batubsa sintió  miedo y alegría al mismo tiempo.

 Un grito desgarrador hizo que todos los pájaros volaran espantados. Los macacos hicieron un revuelo infernal saltando de rama en rama. Batubsa se desmayó.

Hora y media después emprendía el camino hacia su tribu. En las entrañas, sin dudas, llevaba la semilla que le traería a su gente una nueva esperanza.

Roger SilverioRoger Silverio.  Nació en Las Villas, Cuba. Estudió los primeros años de economía en ULH,y tiene un Asociado en Arte y Periodismo en MDC. Siempre ha disfrutado escribir poesía y cuentos. Reside en Miami desde el año 1980. Actualmente forma parte del equipo editorial de la revista Nagari.

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