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enero 2022

EL HIMEN DE LESBOS. David Muñoz

 

Un reflejo de sudor recorre su ombligo

para que sus pupilas bañadas en éxtasis

me indiquen el camino hacia la perdición.

No existe malicia,

sólo la pasión de su pecho

que brota de la semilla del dulce sexo

de una Venus de barro

que juega a ser Safo,

Reina del placer súbito,

mientras va dejando minúsculos

pero hermosos

pétalos de Bartolino a su paso.

Ansiosos corceles de gozo

pacen por las calles mansas

dónde la Máquina ha caído.

Se alimentan del erotismo

que emana de los pezones punzantes

de Penia, fatigada pobreza,

 que ya disfruta de un merecido descanso.

Después galopan y galopan,

Incansables,

En busca del más virgen pubis

de la metrópolis.

Una lengua se abalanza sobre el público,

No para de gritar, ardiente,

su más loca teoría

¡Dios ha muerto!

¡Ya no hay más luz tras las nubes!

Sólo un fuego negro que calienta los cuerpos

de los creyentes más virulentos,

confinados a la aridez del cambio.

 ¡Se acabó el no ser promiscuo!

Enfermedades brotaran de todos

los bálanos más hediondos,

mientras los clítoris húmedos

bailan un tango sobre su lamentada cárcava.

Levanto la vista y veo un ocioso anciano

deseoso de vivir, de encerrarse,

de quedar atrapado para siempre en su tumba

deseoso de escuchar como retumban los descalzos pies

de una joven y alocada gitana

encima de la noble y rústica madera.

Quiere sentirse hipnotizado,

Quiere liberarse de sus pesados huesos,

Quiere dejar de sentir esa presión en los pulmones,

Quiere destruir todo conocimiento

que haya podido adquirir a lo largo de su existencia,

Quiere sentirse golpeado,

Quiere dejarse llevar por los golpes,

Quiere amar esos golpes,

Quiere sentir que puede sentir,

Y escapar de la Máquina

Y entrar en una desnuda bohemia

Y permanecer allí hasta la descomposición

de su último átomo.

Aparecen súbitos súbditos de los comandantes,

Pequeños bastardos de ideas vacuas

Buscando las riquezas ajenas

Anegadas en la viscosidad del poderoso glande

Porque ya no sirven,

Manchadas por las manos más antiguas

Las despojamos de su esencia

Queriendo admirar su interior

Pero no encontramos más que miseria

Y les prendimos fuego.

Vimos arder Roma,

Vimos arder Alejandría,

Vimos arder iglesias y conventos,

Vimos arder al autoproclamado Dios,

Vimos arder a la voz del pueblo,

Y nos deleitamos con su fervor.

 

 

 

 

 

© All rights reserved David Muñoz,

David Muñoz, 1995. Nació en Centelles, un pequeño pueblo al norte de Barcelona en el que no hay mucho que hacer. Ir al bar o a la peluquería, los dos oficios más extendidos en el pueblo. Estudió Lenguas aplicadas y Traducción en la Universidad de Vic, antes de que ésta prosperara en el U-Ranking (una forma exasperante de decirle a la gente que pague por lo que paga). Después hizo un máster exprés en la Universidad Autónoma de Barcelona en Periodismo de viajes, del que salió con un libro sin publicar (o apenas publicado) y una cerveza en la mano.

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