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Junio 2020

EL FUTURO QUE TIENEN POR DELANTE. Juan Francisco Hernández

La cámara fotográfica, el tipo de película y el fotógrafo de la imagen son un misterio. Sólo sabemos que fue sometida a un procedimiento habitual de la época, para convertirla en color sepia. Debió ser hacia 1948. Procedentes de Normandía, posan para esta fotografía, sobre la cubierta del trasatlántico S.S. América, en una escala en Nueva York, antes del destino final: la ciudad de México. «Desde cada fotografía —escribió Julio Llamazares— nos miran siempre los ojos de un fantasma. A veces, ese fantasma, tiene nuestros mismos ojos, nuestro mismo rostro, incluso nuestros mismos nombres y apellidos». El hombre de lentes que sostiene un cigarrillo inclinado en los labios es mi abuelo y, el niño al que carga es mi tío, Juan Manuel. La mujer de gafas oscuras y abrigo negro es mi abuela y, el niño que posa frente a ella, es mi padre. En la historia de mi familia paterna, esta fotografía representa el final de la guerra en España, su exilio temporal en Francia y su destierro en México. No conozco los motivos que los llevaron a partir, ni por qué lo hicieron a este país, pero sé que la diáspora que comenzó en 1936, y se extendió durante muchos años más, dejó sin patria a cientos de miles de personas. Como ocurrió a todos los que tuvieron que emprender el camino del exilio radical al final de aquél conflicto fratricida, tan pronto como se aproximaron al país de acogida, debieron comenzar a sentir el desconcierto de lo incógnito, la incertidumbre de lo insólito. Para nadie resultaría fácil llegar sin nada a un país extranjero. Aunque es posible que estuviesen contagiados por el nuevo estado de ánimo —entre el alivio y la perplejidad—, que llevaban consigo muchos de los exiliados con rumbo al país de amparo.

En el instante en que posan para la imagen, mis abuelos no saben nada de la vida que tienen por delante, ni de las dos hijas que tienen por delante, ni de la muerte que tienen por delante. No saben nada sobre el trabajo que tendrá mi abuelo en las empresas de una familia de industriales vascos, ni de su muerte prematura —a los 37 años—, en un impetuoso ascenso al volcán Popocatépetl, donde al hijo que carga en brazos —un niño que de joven tendrá un acentuado aire a James Dean—, se le aparecerá un ángel en medio de aquella nieve endurecida por la helada, y que terminará, a causa del congelamiento, perdiendo algunos dedos de la mano. Nadie sabe nada del otro niño —que es mi padre—, ni del meteórico ascenso por la montaña, donde terminará encontrando a su hermano y al cuerpo de su padre. En el momento de esa fotografía, no saben que tras la muerte de mi abuelo, mi padre tendrá que abandonar sus sueños de convertirse en jugador de fútbol y habrá de renunciar a la escuela de agronomía, para trabajar en la misma empresa de industriales vascos que su padre. Nadie sabe nada de mi madre, ni de la segunda esposa de mi padre, ni de sus cinco hijos y nueve nietos, ni de que a los setenta y cinco años seguirá vivo, leyendo las novelas de Mario Vargas Llosa. Nadie sabe nada del nieto que tendrán y que también morirá siendo tan joven. No saben que mi abuela vivirá muchos años en una casita de Cuernavaca, ni que morirá con poca visión en los ojos, con más de noventa años, en una espaciosa y sencilla residencia para ancianos, recibiendo algunas visitas de familiares, tomando el sol en un patio repleto de buganvilias y rezando, en las tardes, con las monjas que la cuiden.

Ninguno de ellos tiene tampoco forma de saber que el S.S. América, trasatlántico donde viajan y en cuya cubierta posan para esta fotografía, terminará por naufragar, en medio de una fuerte tormenta y frente a Canarias,  en 1994.

La muerte, como el océano, tarde o temprano reclaman a cada una de sus víctimas.

© All rights reserved Juan Francisco Hernández

Juan Francisco Hernández, es fotógrafo, escritor y profesor universitario. Trabaja en la Universidad Católica de Lovaina, como profesor de español orientado a estudios de humanidades, economía y ciencias políticas. Es mexicano y desde hace once años reside en Bélgica.

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