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Febrero 2014

DEgeneros. José Armando García

Mi hermana tiene la hipótesis de que los Japoneses son seres de otro planeta que le dragaron su patria al mar, haciéndola poco más que un archipiélago y poco menos que una península. La idea, no tan descabellada, ha empezado a resonar en mí a la luz de nueva información que recibo de esas latitudes.

Resulta que el mundo del manga se ha diversificado hasta adueñarse de géneros inusuales de pornografía animada. La más corriente es la “pornografía de tentáculos”: cuerpos níveos de mujeres solícitas, de cuestionable mayoría de edad, siendo penetradas por todo tipo de extremidades de monstros marinos. El género incluso tiene una amplia tradición y acogida en el Japón, remontándose incluso al periodo “Edo” del grabado nipón.

grabado ukiyo e

Para los ilustradores contemporáneos, sin embargo, la Pornografía de Tentáculos ofrece un canal como para driblar la censura que prohíbe el retrato de miembros masculinos en caricatura. Pero me niego a creer que todo un género se haya establecido solo por una operación sublimatoria que bien pudiese ser desmontada con el surgimiento de nuevos y liberados medios  de difusión. La substitución tentáculo-por-pene ya más aparece la fijación tentáculo-envés-de-pene. Al menos esto es lo que se revela a juzgar por la últimas estadísticas que insinúan que los japoneses prescinden cada vez más del coito en favor de prácticas sexuales alternativas. De hecho, el género de la pornografía de tentáculos es mayormente popular entre los varones japoneses, mientras que las japonesas se inclinan por un género de “manga romántico” que retrata el amor -gráfico o no- entre dos varoncitos perpetuados en un idílico estadio andrógino.

japones porn

Ahora, ¿qué tal y si todos somos seres de otros planetas? No me refiero a la tan difundida dicotomía que explica la infranqueable diferencia de los sexos, dándole a los varones origen en Marte y a las mujeres en Venus. ¿Qué tal si nosotros somos de este planeta y nuestra sexualidad de ninguno? ¿Qué tal si nuestras fijaciones, nuestros géneros, nuestras prácticas sexuales no son más que el testimonio en este mundo de una sexualidad que ha sido expatriada mucho antes de que nosotros adviniéramos a él? ¿Qué hay de si nuestra sexualidad -aquella posibilidad de copular simplemente- nos abandonó en este mundo de autistas fijaciones y géneros sin especies? En ese caso, los japoneses serían una mirada descarnada a la actualidad y un adelanto inquietante del futuro.

Hoy cada quién puede crear su género, lo cual es una antinomia si entendemos por género aquello que agrupa una serie de elementos bajo la rúbrica de un rasgo similar. Si tomamos, por ejemplo, las Teorías sobre los Géneros Sexuales, estas determinan que el género es un constructo social que estandariza una serie de elementos diversos en una particularidad. El género no se ancla en nuestra genitalidad -¡periódico de ayer!- sino en la estereotipia que conjunta faldas con faldas y pantalones con pantalones. Por eso las mujeres pueden ser de Venus mientras los hombres son de Marte. Para ser de un género, hay que estar en un lugar de este universo de cosas que pasan desapercibidas por la totalidad de sus elementos. De tal suerte que, independiente de la cantidad de géneros que se enlisten, aún restan una serie de elementos que quedan de-generados. De ahí que muchos de los géneros que apenas se inauguran se les acuse con frecuencia de desviados de la norma -aun cuando sería cuestión de tiempo para que sean norma de nuevo.

Sexos¿?

Pero decir que unos son de un planeta y otros de otros es sinceramente optimista. Hombres y mujeres son de dos universos tan distintos que no hay distancia que los medie. De hecho, puede que la sexualidad (humana) sea algo tan ajeno a nuestro mundo que no haya manera de traerla a un particular. Ya el género es un estereotipo que gana partidos en la medida en que estos se identifiquen con su narrativa. Puede que sí o puede que no, he ahí la potencial diferencia de los sexos, las posiciones sexuales son intercambiables cuando no ambiguas. Tómese en consideración que el género conmina elementos a agruparse alrededor de un lugar. Jacques Lacan -psicoanalista francés- contaba en parábola que las posiciones sexuales en el imaginario eran como una estadía en un lugar, o se está en varones o se está en hembras (entre otros). Lo que es real más allá de este recurso es que la sexualidad siempre se nos exilia de nuestras suposiciones. Cuando se toma su posición, el universo deviene mundo, lo inmarcesible se convierte en lo visto, y lo visto siempre engaña ya por su parcialidad, ya por su dependencia.

Pero si los géneros son ficticios, ¿qué fingen estos? Antes incluso de fingir cualquier orgasmo, estos esconderán que estamos solos con una sexualidad siempre ajena, degenerada, agénera. No hay género que englobe nuestra sexualidad de principio perdida, incapaz de cotejarse en zonas -ya rojas o erógenas, poco importa si el cuerpo va a la zona o la zona viene al cuerpo. Hoy puede armarse todo un género alrededor de un tentáculo, mañana alrededor de un punzón, pasado alrededor de una bastilla. Llama la atención, sin embargo, que un vacío no dé para aglutinar un género, siempre tiene que ser algo, siempre un atributo, siempre una propiedad.

Lo que me lleva a preguntarme sobre ese otro género que he omitido hasta ahora y del que comente al principio: el que gana adeptas, y desecha adefesios, el del amor entre dos varoncitos. Como siempre, las féminas complican la cosa. ¿Qué significa que el amor entre dos varoncitos andrógenos se constituyan en un género?  Significa que puede que la pregunta está mal formulada, como aquella de “¿qué quieren las mujeres?”, la que presupone un atributo muy masculino entre ellas: querer algo, cuando pueden que lo que quieran es sustantivar la nada. Hacer una nada tan sustantiva y consistente que se pueda desear, como el amor entre dos, no importa el género.

© All rights reserved José Armando García

Jose Armando GarciaJosé Armando García  (Abril, 1976) Originario de Venezuela. Vive en Miami, Florida desde el 2004. Sociólogo de profesión y psicoanalista de oficio, con un posgrado de Trabajo Social Clínico. Asociado activo en la Nueva Escuela Lacaniana. Más interesado en el barroco de Baltasar Gracián que en cualquier tendencia contemporánea. También las épocas son injustas con aquellos que nacen a destiempo.

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