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Diciembre 2021

ANDRÉ BRETON Y CÍA. Luis Benítez

Curiosamente, lo que me atrajo de los surrealistas franceses no fue, primeramente, los hallazgos de sus poemas. No me encantaban particularmente los versos de Paul Eluard, André Breton, Louis Aragon o Philippe Soupault, sino la propuesta poética de este grupo que leí entonces, en mi juventud, se proponía cubrir el bache abierto por el dadaísmo de Tristán Tzara en 1914 —la negación de los valores vigentes durante todo el siglo XIX— proponiendo unos nuevos.

Tenía un interés doctrinal en ellos y fue por eso que, además de leer sus poemas, me adentré en los conceptos del Primer Manifiesto Surrealista, de 1924. Definiciones como las brindadas por Breton en la obra citada, por ejemplo, la referida al automatismo psíquico: Automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral.

La base del surrealismo y sus procedimientos constructivos es la escritura automática, que Breton estima como la posibilidad de concretar una producción literaria o artística en la que no intervienen los mecanismos de control de la razón o la conciencia. Esta afirmación, que hoy nos resulta por lo menos ingenua, tendía en sus comienzos a brindar un instrumento estético capaz de llegar hasta el inconsciente y expresarlo directamente sobre el papel o la tela. Caracteriza también al flamante movimiento su ruptura feroz con el pasado artístico y literario de la humanidad —herencia directa del dadaísmo, su progenitor— así como el choque buscado con las instituciones del arte y la literatura, de las que, como todo dogma, terminaría formando una parte oficial y muy respetada.

Sin embargo, en sus comienzos, la potencia revulsiva del surrealismo indicaba un camino bien diferente del trazado por las vanguardias anteriores, excepto el futurismo y el dadaísmo que lo precedieron. El surrealismo no se proponía renovar ni perpetuar, inyectándole nuevas fuerzas, la estética occidental. Simplemente, se proponía liquidarla y suplantarla con su nueva escala de valores. El surrealismo no quería ser una continuación de la corriente de estéticas conocidas hasta el pronunciamiento de Breton, en nuestro hemisferio. Se sentía llamado a constituirse en la única forma válida de expresar el espíritu humano, nada más y nada menos.

Al ser aceptado por el canon estético occidental, el surrealismo fue diluyéndose en el gran cuerpo teórico del arte y la literatura, hasta formar parte de él de un modo prácticamente indisoluble. Hoy no podemos imaginar el arte y las letras del siglo pasado sin el aporte del grupo de Breton.

En mi adolescencia, sus propuestas y su intento de cambiar el mundo —al menos siquiera desde la estética— eran como imanes para mi sensibilidad, sobre todo porque parecía tratarse de un movimiento que no pretendía quedarse dentro de la mera literatura, sino que insistía en avanzar sobre la vida misma. A la distancia, me siento ahora tan ingenuo como los mismos surrealistas, pero aquello, en mi adolescencia, era un verdadero credo para mí. Finalmente, cuando abandoné el credo, quedó en mí —como creo que le sucedió a la mayoría de los autores contemporáneos— la influencia literaria de los poemas que había leído, precisamente aquello que había dejado de lado en primera instancia.

Qué recibí de los surrealistas y estimo que quedó en mi obra: De los surrealistas, la libertad del lenguaje y la creencia de que la poesía puede intervenir fuera del lenguaje, aunque sea de manera muy indirecta, para transformar el mundo a través de sus lectores. Paralelamente, tuve que aprender a no enamorarme de las metáforas, como sí les sucedió a muchos de los surrealistas franceses.

© All rights reserved Luis Benítez

Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay.

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