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Octubre 2019

SIMBIOSIS. Susy Biondini

Hasta hace un tiempo atrás era más consciente cuando se posesionaba de mí; ahora, no estoy muy segura. Me inquieta su estadía en mi ser, me confunde. A veces siento vértigos y ya no sé si es cuando se apodera de mí o cuando me apodero de mí. Es más, no sé si en este momento es ella o yo quién está escribiendo. La situación me ha desbordado. ¿Cuánto puede soportar una mujer enamorada? ¿En qué momento ese amor no es más que miedo? Me he preguntado muchas veces, a lo largo de este tiempo, que si a Carmela solo la sostiene el recuerdo de ese amor que sintió por él, o el miedo a liberarse. Me comprometí tanto con mi personaje que empecé a corporizarlo en mí. Necesitaba conocerla bien, saber qué pensaba, el por qué hacía las cosas que hacía. Las preguntas no dejaban de formularse en mi mente ¿Cómo era ella antes de conocerlo? ¿Por qué una mujer puede soportar tanto abuso de un hombre? 

Carmela siente miedo, pero a la vez no puede pensarse sin él. ¿Por qué esa dependencia? Casi cuesta creer que sea amor lo que la retiene a su lado. Ha perdido su trabajo, ya no tiene amigas, ni visita a su familia. Solo lo tiene a él. Y eso, la atemoriza aún más.  

Estoy convencida que ella se dejó llevar a esta situación, esa dependencia de él. Poco a poco se fue encerrando en sí misma, dejando que él tomara las decisiones. Al principio era lindo sentirse protegida, saber que él la cuidaba y ella complacerlo porque estaba enamorada. Aunque no necesitaba que él decidiera todo, pero él sí necesitaba estar a cargo y Carmela lo dejó, por amor. No se dio cuenta que poco a poco empezó a depender por completo de él y él, poco a poco se fue transformando en este ser tan temible. ¿Cuándo fue que él comenzó a golpearla, a reprocharle casi todo lo que hacía? A pesar de que ella cada día se esforzaba más por hacerlo feliz. Pero, nada era suficiente para él.  

Yo había pergeñado cómo hacerla salir de esa situación. El final debía haber sido otro. La dejé tomar un control desmedido de mi historia. Creí que era genial que mi personaje fluyera y se apoderara de mi escritura decidiendo per se. Ponerme en la piel de una mujer maltratada y ver cómo reaccionaría. Ya no estoy segura si fue lo correcto. Ahora mi personaje ha decidido el final de la historia y no estoy de acuerdo. Pero ¿quién soy yo para juzgar a una mujer abusada?  

¿Cuándo se me fue de las manos esta situación? ¿Por qué ella me dejó decidir mi camino? Al fin y al cabo, ella es la que me creó y me guio a … o, ¿yo imaginé que ella quería que yo decidiera terminar con esta situación? Lo cierto es que lo hice. No, ella fue. Pero ¿Quién soy yo, sino ella? La única realidad es que hay un río de sangre en el living de mi departamento y pronto llegará a la alfombra nueva. Estoy segura de que ella estará de acuerdo conmigo, que era la única solución”. 

Cuando escribí que Carmela hacía su maleta y se iba sin que él lo supiera, eso era lo que debía suceder. El final perfecto. El fin del maltrato. La reivindicación de la mujer a decidir basta. El ejemplo a seguir por tantas otras, también maltratadas. El derecho y la obligación de ser respetada. ¿Por qué ella decidió esperarlo? ¿Venganza? Es definitivamente una locura. Ahora irá presa. Lo más sencillo hubiera sido ir a la comisaría, denunciarlo y marcharse a buscar un futuro nuevo. Volver a reconstruirse, sin el temor a la reprobación de otro ser. Caminar sin miedo, reír sin miedo. Reír, ya ni se acordaba del sonido de su risa. 

Él me mira, mueve un dedo, el índice. Todavía tiene el tupé de señalarme. ¿Te das cuenta por qué debo hacerlo? Si yo me fuera así nomás, lo mismo que a mí le sucedería a otra. Él es un sicópata. Me iba a matar un día de estos. ¡Cobarde! 

Carmela tenía el rostro bañado en lágrimas. Se fregó los ojos para poder mirarlo. La sangre de sus manos le nubló aún más la vista. Fue hasta el grifo a lavarse. Al regresar vio como él intentaba arrastrarse. Iba hacia la alfombra nueva. Carmela no podía permitir que la manchara. Se acercó a él mirándolo fijamente. Él le agarró el tobillo, su mirada suplicaba, ella se agachó y clavó el cuchillo por última vez en su corazón. Se quedó tiesa a su lado hasta que los dedos de él fueron cediendo la presión en su tobillo y por fin cerró los ojos. Lentamente se levantó. Las piernas le temblaban. Fue trastabillando hasta el grifo a lavarse nuevamente, luego buscó su maleta, se puso las gafas para cubrir un poco su rostro golpeado. Lo miró por última vez y se marchó. 

 

Fin 

 

Me quedé un momento sentada mirando la palabra fin en la última hoja de mi novela. Luego, cerré la laptop y la guardé en la maleta. Eran las tres de la tarde. Él llegaría a las seis con un ramo de flores, como de costumbre. Me abrazaría y pediría disculpas y yo le creería una vez más, si fuera ayer. Recogí el abrigo y puse mis gafas para cubrir el último golpe que recibiría de un hombre. Me cercioré que todo estuviera en su sitio. Los débiles rayos del sol de otoño caían sobre las plantas del balcón. Decidí regarlas por última vez. Me quité los anteojos, los puse sobre la mesa y fui hasta la cocina a buscar la jarra. Acaricié las hojas una a una mientras el agua las bañaba, saqué la cuchilla de la maceta de la begonia, ya que nunca más alguien removería la tierra de ellas. Regresé al comedor. Mis piernas me pesaban. Apoyé la cuchilla sobre la mesa y me senté nuevamente, solo por un momento. Tanteé en el bolsillo de mi abrigo para cerciorarme que tuviera el boleto del micro que me alejaría para siempre de esta pesadilla. Por mi memoria pasaron los momentos felices del principio, la manera tan tierna de seducirme, tan pertinaz. Sí, pertinaz, compulsivo. Recordé su primera escena de celos, la primera mirada que me aterró, el primer golpe que nunca supe por qué había sido. De pronto sentí algo en mí que crecía lentamente, era cólera. Recordaba las veces que ya golpeada me obligaba a hacer el amor. Ahora sé que eso también era abuso. 

Miré el reloj, ya era la hora de irme. Mi mirada buscó la puerta, tanteé en la mesa para agarrar los anteojos, pero mi mano tropezó con la cuchilla. Me dolía el rostro, todo el cuerpo. Aún tenía tiempo. 

Fin 

 

© All rights reserved Susy Biondini

Susy Biondini. Nació en Buenos Aires, Argentina. Escritora desde la más tierna edad, fue cofundadora de Aunarte, Cooperativa de arte multidisciplinario, Buenos Aires (1980-1984). Sus primeros poemas fueron publicados en la revista que editaba la cooperativa. Estudió teatro entre los años 1969-1972 en la escuela Justo José Urquiza y luego en la escuela de Rubens Correa entre 1979-1980. Participó del movimiento «Los Poetas Vivos» al final de la dictadura militar Argentina. En el año 2013 vuelve al teatro con «Actor’s Arena Group» dirigido por el director Max Ferrá en el Miami Dade College. En el 2014 escribe «Bohemia», obra para microteatro, la cual es seleccionadapor el MDC para realizar un filme. «Bohemia» se estrenó en la ciudad de Miami en el teatro Artefactus en el 2015. En este mismo añopublica su primer libro de poemas y cuentos «Aymara». Las revistas digitales Nagari de Miami y El Dorado de Perú publicaron varios poemas y relatos de su autoría. Susy Biondini vive en la actualidad en la ciudad de Hallandale Beach, Florida.

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