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enero 2018

RINCONES DE INQUIETUD: ESCRITURA E INFANCIA. Graciela Perosio

“la infancia es lo otro: lo que siempre, más allá  de cualquier  intento

de captura, inquieta la seguridad de nuestros saberes, cuestiona el poder de

nuestras prácticas y abre un vacío donde se abisma el edificio bien construido

de nuestras instituciones de acogida

Jorge Larrosa 

 

 

Niños leyendo la familia cubierto. Fotografía de Fernanda Alemán.

 

Hace unas pocas tardes asistí a una presentación de libro cálida y vibrante. Tan fuerte y delicado a la vez, fue el impacto, que decidí escribir sobre esta experiencia. Me estoy refiriendo a la salida de un texto de cuyo parto fui testigo parcialmente, porque pude presenciar algunas lecturas previas en las que Silvia Arazi anticipó que estaba por nacer La familia Cubierto. Y mi conmoción ocurrió desde los primeros versos que escuché de su boca. De modo que durante meses, esperaba ansiosa el resultado final, convencida como sigo estando, de que estaba viendo nacer un “joven clásico.”

Como si fuera poco el libro en sí, resulta que el partero ha sido la Editorial Mágicas Naranjas sobre la que también hace tiempo que deseaba escribir. Pero puesta ante los papeles, me llegaron múltiples recuerdos de la infancia de mis hijos y muchas  preguntas. Preguntas, como siempre preguntas. Porque en Argentina hemos conocido aventuras maravillosas en el camino de la creatividad enfocada en la infancia pero también vimos reiteradamente, cómo ese impulso maravilloso se diluía a medida que las generaciones avanzaban en su formación escolar. Hoy, frente a la posibilidad de todo un replanteo en los programas educativos –y al temor a que el cambio esté regido por los intereses de las corporaciones más que por las necesidades de las personas- quiero volver a experiencias que nos hicieron soñar con un país mejor, más justo, más responsable y sobre todo más creativo.

Debo mencionar al menos tres lugares –seguramente que además, considerando todo el país, son –o fueron- muchísimos más, pero cuando mis hijos tenían cuatro y cinco años y corría el año 1979, empecé a interesarme por librerías especializadas y conocí la maravillosa librería La Nube, poco  años después encontré la librería La Luna en Belgrano, que hoy ya no existe (Aunque me cuenta, mi amiga María Teresa Andruetto, que hay otra del mismo nombre en Córdoba e igualmente maravillosa.) Y además ya en los ’80 mis hijos empezaron a concurrir a un lugar soñado. Estoy hablando de la Biblioteca “La Ventana” que funcionaba en el altillo de un chalet en Olivos. Una biblioteca a donde asistían aun chicos que no sabían leer. Porque los mayorcitos eran invitados a leerles en ese espacio techado pero también aéreo y que desde su misma entrada hablaba de magia, imaginación y solidaridad. Vaya mi homenaje a estas tres instituciones y a todas las personas que las hicieron y las hacen posibles. Allí fui aprendiendo, junto a mis hijos, todo el potencial que radica en el vínculo con las nuevas generaciones. Por eso vuelvo como en el epígrafe de esta nota al ensayo de Jorge Larrosa, El enigma de la infancia (1) Veamos cómo sigue presentando  él nuestro tema:

La infancia entendida como algo otro no es lo que ya sabemos, pero tampoco lo que aún  no sabemos. (Lo que aún no sabemos es lo que se deja medir y anunciar por lo que ya sabemos). La infancia como algo otro no es lo que ya hemos sido capaces de someter a la lógica de nuestras prácticas e instituciones, pero tampoco es lo que aún  no pudimos someter (lo que todavía se nos resiste justifica nuestro poder y no lo cuestiona). Todos trabajan para reducir lo que aún hay de desconocido en el niño y someter lo que aún hay en él de salvaje.

La otredad de la infancia no significa que los niños todavía se resistan a ser plenamente apropiados por nuestros saberes, prácticas e instituciones. Es algo mucho más radical: su absoluta heterogeneidad respecto a nosotros y a nuestro mundo, su absoluta diferencia. Inquieta lo que sabemos, suspende lo que podemos, pone en cuestión los lugares que hemos construido para ella. Nos lleva a una región en la que no rigen las medidas de nuestro saber y de nuestro poder. En tanto que encarna la aparición de la alteridad, la infancia no es nunca lo que sabemos (es lo otro de nuestros saberes), sin embargo es portadora de una verdad que debemos ponernos en disposición de escuchar; no es nunca la presa de nuestro poder (es lo otro que no puede ser sometido), pero al mismo tiempo requiere nuestra iniciativa; no está nunca en el lugar que le damos (es lo otro que no puede ser abarcado), pero debemos abrir un lugar que la reciba. Eso es la experiencia del niño como otro: el encuentro con una verdad que no acepta la medida de nuestro saber, con una demanda de iniciativa que no acepta la medida de nuestro poder, y con una exigencia de hospitalidad que no acepta la medida de nuestra casa.” (el subrayado es mío)

En cambio, la dirección más convencional es usar la literatura infantil como la escuela toda, para transmitir los valores de la sociedad a las que los niños deberán integrarse y desde allí se quita peso al enfoque estético y cobra más importancia el “formativo”. Por supuesto que además se descarta que los niños traigan algún mensaje, alguna novedad diferente que pueda enriquecer a esa misma sociedad e inclusive cuestionarla seriamente. Por suerte, no toda la literatura infantil y juvenil se somete, como bien lo aclaran Cecilia Bajour y Marcela Carranza (2): “Un pequeño paseo histórico por lo sucedido en el campo de la literatura infantil argentina nos puede ayudar a ver cómo se intentó e intenta “salirse de las casillas” frente a los textos fuertemente escolarizados y frente al silencio impuesto por la dictadura militar. El retorno de la democracia significó una eclosión de la producción literaria para chicos y jóvenes y de los intentos de instalación de un campo particular con actores y reglas propias.” Por cierto hay que recordar a figuras señeras que anticiparon esta etapa como María Elena Walsh y Javier Villafañe. No puedo olvidarme de Elsa Borneman que tuvo enfrentar la censura, pero ya en años de democracia florece la obra de una constelación de autores de los que sólo nombraremos algunos: Graciela Montes, Ema Wolf, Laura Devetach, Ricardo Mariño, Gustavo Roldán, Silvia Schyjer, Graciela Cabal. Escritores que fueron buscando “nuevos caminos de gran oposición al autoritarismo echando mano especialmente a recursos del humor y la parodia.”(3) Y aparecen también las editoriales que apuestan a este cambio como Libros del Quirquincho y Colihue.

Valga este breve marco para llegar a la aventura que inician Hilda Fernández (psicopedagoga) y Gustavo Gottfried (psicólogo) y escritores ambos. Fundan Mágicas Naranjas y eligen a María Valeria Chinnini como diseñadora gráfica. Osvaldo Bossi – les cuento que Hilda y Gustavo se conocieron en su taller de escritura-, aporta su conocimiento y sensibilidad de guía, verdadero faro orientador de la editorial. El nombre de la misma fue tomado de un poema de Diana Bellessi, autora incluída en su catálogo. Completa el equipo Gustavo Yuste, licenciado en Ciencias de la Comunicación que tiene a su cargo la comercialización y la prensa.

Hilda nos dice que venía madurando en el ejercicio de su trabajo con niños, la sospecha de que un chico no tiende a elegir un libro de poesía probablemente porque no se le ofrece como algo que pueda interesarle. Pero- se le ocurrió- que si se tratara de objetos atractivos a la vista y al tacto…Y asì empieza la edición de estos libros de los cuales ya nos consta que hay lectores que los guardan como objetos de colecciòn en su mesa de luz. “Un adulto que actùa asì opera como ejemplo y será un facilitador de lectura para los chicos.” La lista de autores crece con Alicia Genovese, Arnaldo Calveyra, Irene Gruss, Marìa Teresa Andruetto, Osvaldo Bossi, Walter Cassara. La Editorial ganó por sus tres primeros libros, el Premio de Alija-Ibby a la mejor colección de literatura infantil en el año 2011. Y aparece después una colección para adolescentes, aunque sostienen como M. T. Andruetto, que los libros nunca son tan definidamente para tal o cual edad. La editorial se propone crear un público donde también los lectores adultos recuperen la sensibilidad y el acceso inmediato a ciertas verdades existenciales que los niños y jóvenes captan intuitivamente y puedan así,  ensanchar su concepción del mundo por el tuteo íntimo con la palabra poética.

Así llegamos nuevamente al comienzo de esta historia: la presentación de La familia Cubierto de Silvia Arazi. En ese encuentro tuve el privilegio de disfrutar el plus que es escuchar estos versos en la melodiosa voz susurrante de su autora. Experiencia que recomiendo tanto como la lectura del libro. Y quiero destacar porqué pienso haber presenciado el nacimiento de un clásico. Porque no es desde un golpe de efecto que surge esta obra. La autora, en realidad, juega con lo que tantas veces vemos hacer a los chicos cuando ordenan objetos por su diverso tamaño, diciendo: ésta es la mamá, éste es el abuelo, estos son los hijos… (Claro que ningún objeto marca como el uso del cubierto el ingreso del niño al mundo adulto. Y los modales en la mesa serán cada vez más sofisticados a medida que avancemos en edad y en clase socioeconómica.) Tampoco estriba la originalidad en el hecho de que nazca un miembro rebelde en la familia, cuestionando el orden formal, rígido y aburrido. El punto de toque a mi criterio, está en la musicalidad de los versos que fluyen como agua naturalmente armoniosa. Y este efecto sonoro se refleja con exactitud en la resolución gráfica del libro con las precisas fotos de Leticia Fraguela, grises sobre fondo blanco y la intervención “apenas” con dibujo de Martina Fraguela, en la foto del personaje rebelde: la cucharita. La que anhela desde esta familia convencional, a un ser tan opuesto como Juan Navaja, el orillero, bailarín de tango y galán amador. Esa perfecta correlación de sonido, color y forma obran el milagro desde la más absoluta sencillez. En síntesis: un clásico, capaz de sumergirnos en la magia de ver lo diferente en lo igual, lo divertido desafiante resbalándose del corsé de los deberes…¡Y la falta que nos hace! Los invito a sumergirse en estas olas libres, abiertas a todo y para todos.

 

(1) Larrosa, Jorge y: “El enigma de la infancia”, en Larrosa, Jorge y Perez de Lara, Nuria (compliladores): Imágenes del otro, Barcelona, Virus, 1997.

 

(2) (3) Bajour, Cecilia y Carranza, Marcela: “Abrir el juego en la literatura infantil y juvenil”. En Revista Imaginaria, N°158, Lecturas, 6 de julio de 2005.

 

© All rights reserved Graciela Perosio

Graciela Perosio. Bs. As (1950) Escritora. Prof. Universitaria en Letras. Recibió la Beca Nacional de Investigación del Fondo Nacional de las Artes para estudiar la obra del poeta argentino Carlos Latorre. Publicó ocho libros de poesía: del luminoso error (1982 de autor), Brechas Muro (1986, Tierra Firme), La varita del mago (1990, Tierra Firme), La vida espera (1994, Del Dock), La entrada secreta (1999, Grupo Editor Latinoamericano), Regreso a la fuente (2005, Del Copista), Sin andarivel (2009, Del Copista), Balandro (2014, Paradiso), la antología Escampa, el corazón (Editorial Ruinas Circulares 2016) y El privilegio de los años, (Editorial Leviatán 2016)

Su obra ha motivado puestas escénicas multimediáticas, esculturas, pinturas y otras obras literarias. Muchos de sus poemas se han difundido por la red en sitios nacionales y extranjeros mereciendo juicios elogiosos de críticos y colegas. Un poema de su autoría fue seleccionado para realizar un afiche con ilustración de Alexiev Gandman que se presentó en las veredas de la Ciudad de Buenos Aires.

 

 

 

 

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