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Noviembre 2019

PARLAMENTOS DE DON INSULANO CUATRO: CUARTO VIAJE DEL ALMIRANTE AL VIEJO MUNDO, PARTE II. Héctor Manuel Gutiérrez

Corrían mis años de estudiante graduado, período en que con frecuencia los amigos me encontraban sumido entre densas lecturas, investigaciones filológicas, exámenes finales, amaneceres en la biblioteca del campus universitario, y otras rutinas feroces e imprescindibles en el desarrollo académico que me tocó sobrellevar. De esa época, recuerdo la ocasión en que cayó en mis manos un antiguo pergamino. Con el título Las capitulaciones de Santa Fe, el documento, redactado y firmado por los monarcas católicos Isabel y Fernando, el 17 de abril de 1492, daba fe de los acuerdos entre la Corona y don Christopher Columbus, marinero con experiencia que se acreditaba los títulos de almirante, virrey y gobernador. En pocas palabras, las 5 cláusulas del pacto especificaban las ganancias que recibiría el famoso navegante, en caso de que su empresa tuviera éxito.

Con esta referencia histórica, no pretendo revindicar y mucho menos alabar la figura del tristemente famoso navegante. Con ella persigo, primero ubicar temáticamente a los que tengan la valentía de leerme. Mi segundo objetivo y quizás el más significativo, es dar fe de la promesa de entregarle a alguien importante en mi vida personal, presentes de naturaleza muy diferente a la de los que perseguía el aventurero genovés, como son los votos de amor y abundancia de momentos felices que se merece.

 Paso  a explicar. El cinco de julio del año 2012 le extirparon a mi  esposa un tumor maligno en su sistema digestivo. No creo que existan muchas familias en los últimos 40 o 50 años, que no hayan sentido por lo menos una pérdida cercana causada por el cáncer. Como seguro se imaginarán, al descubrir este fenómeno tan temido como inesperado, las perspectivas existencialistas de mi núcleo familiar cambiaron de manera radical en menos de un segundo. Desde entonces, a todos nos acompaña con intensidad avasalladora, la sensación de un antes… y un después.

 Sin pedir permiso, el malévolo cangrejo se había alojado en su estómago, provocando un tratamiento postoperatorio largo y tedioso. Gracias a las rutinarias incursiones al hospital, penosamente, se consumieron unos 80 días de enfermedad acumulados en nuestros respectivos puestos de trabajo: primero los de ella y luego los míos. Las cuentas en el banco sufrieron una espeluznante transformación, mientras la alberca de débitos en las tarjetas de crédito se recargaba de manera espantosa. Pero nada de esto iguala las innumerables torturas en las cámaras de rayos X con sus inyecciones de tinta y yodo, la constante extracción de sangre en venas exhaustas y cada vez más renuentes a la entrada de las agujas, seguidas de una serie de visitas programadas al oncólogo y demás especialistas involucrados en el maratón clínico. Lo peor fueron las obligadas sesiones de quimioterapia y otros fármacos asesinos que convirtieron a mi esposa en una pantomima de lo que había sido en sus años de noviazgo y matrimonio, fructíferos ambos períodos, me urge decir con amor genuino.

 Todo esto, unido a otros pormenores que no quiero mencionar, me motivó a planear una estrategia muy particular e íntima. La secuela y acumulación de momentos escabrosos, la superproducción de archivos médicos, recetas, sorpresas y desencantos, precipitaron la confrontación de 49% de cruel realidad vs. 51% de deseos de que mi compañera recuperara muchas de las condiciones que su cuerpo sano poseía antes del triste descubrimiento y la peligrosa intervención quirúrgica que buscaba eliminar el mal. Los efectos secundarios de los productos químicos que invadieron su anatomía, dejaron en ella una huella indeleble. La desfiguración de los tejidos en los huesos empezó a distorsionar su figura y modo de andar. Las fatigas parecían toneladas de denso metal crujiéndole la espalda, mientras la energía necesaria para levantarse en las mañanas disminuía día a día.

Ante esta nueva situación, el apego acumulado en décadas de amigable compañía, el intercambio de ideas y gustos, los sacrificios compartidos en esta larga entidad que ambos llamamos destierro, más otros pormenores de igual importancia en el entorno, sugirieron un  reajuste en nuestras vidas. Las circunstancias mismas me invistieron de enfermero, consejero, chofer, ayudante personal en todas las necesidades, incluyendo la alimentación y solaz esparcimiento de mi compañera. Son títulos sin remuneración que acepté de mil amores.

  El corazón del que ahora les escribe, quien es a la vez testigo y partícipe de este prolongado proceso médico, parecía dialogar en las profundidades de su ínsula, como quien busca implicar a las diferentes capas del subconsciente, en algún tipo de acuerdo, a la manera de aquel histórico documento colombino creado en tiempos de descubrimientos y conquistas (salvando las distancias, desde luego y, en este caso, aludiendo a un convenio sentimental).

Como resultado de ese parlamento interior, creció en mí el doble propósito de fortalecer el espíritu de la que ha sido amiga y cómplice por décadas, y prepararla para psicológicamente enfrentar los embates del mal. De modo que, armado con un saco lleno de optimismo, fe y esperanza, me dispuse a torear esa sigilosa aflicción que, habiéndose anotado ya un alto saldo de víctimas en gran parte de la humanidad, amenazaba con engrillarse en mi esposa.

Comprometido en otorgarle a mi pareja la posibilidad de realizar parte de sus sueños y ensanchar las probabilidades de mejor calidad de vida, inicié los preparativos de una nueva aventura. A principios del verano de 2013, once meses después de la cirugía, en un tercer episodio que llamé <<Viaje de sanación>>, nos encauzamos una vez más al Madrid capital. Los pormenores de éste y un cuarto recorrido por varios países europeos, quedan pendientes para un próximo encuentro. Mientras tanto, aguardando esa futura oportunidad, como  de costumbre, les deseo a los lectores óptima salud y buen provecho.

Nota del autor: cualquier parecido de algún personaje o circunstancia con sus homónimos en el campo de la ficción mencionados en el texto, es pura coincidencia. El que suscribe mantiene que ha hecho de la Literatura [con letra mayúscula] su amante sentimental, pero, demás está decirlo, la historia es tan real como el lector que me sigue.

 

© All rights reserved Héctor Manuel Gutiérrez

Héctor Manuel Gutiérrez, Miami, ha realizado trabajos de investigación periodística y contribuido con poemas, ensayos, cuentos y prosa poética para Latin Beat Magazine, Latino Stuff Review, Nagari, Poetas y Escritores Miami, Signum Nous, Suburbano, Ekatombe, Eka Magazine y Nomenclatura, de la Universidad de Kentucky. Ha sido reportero independiente para los servicios de “Enfoque Nacional”, “Panorama Hispano” y “Latin American News Service” en la cadena difusora Radio Pública Nacional [NPR]. Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras de la Universidad Internacional de la Florida [FIU]. Es miembro de Nacional Collegiate Hispanic Honor Society  [Sigma Delta Pi], Modern Language Association [MLA], y Florida Foreign Language Association [FFLA].  Creador de un sub-género literario que llama cuarentenas, es autor de los libros CUARENTENAS, Authorhouse, marzo de 2011, CUARENTENAS: SEGUNDA EDICIÓN, agosto de 2015, y CUANDO EL VIENTO ES AMIGO, iUniverse, abril del 2019. Les da los toques finales a dos próximos libros, AUTORÍA: ENSAYOS AL REVERSO, antología de ensayos con temas diversos, y LA UTOPÍA INTERIOR, estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato

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