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Febrero 2019

LA MIRADA DEL TOPO (O sobre soluciones y disoluciones en Among the Ruins/Entre las ruinas, de George Franklin). Kelly Martínez-Grandal

Buena parte de la literatura norteamericana moderna ha tenido siempre algo de fotógrafico. Incluso la poesía, con su manera otra de decir el mundo, tiene en estos lares cierta gravedad contemplativa; un intento por cumplir con eso que Sontag calificara como el mandato de Withman: registrar por entero las extravagantes franquezas de la experiencia estadounidense y, en general de cualquier experiencia, aunque fuese trivial.

En 1915, Eduard Steichen fotografió una botella de leche y dijo que era bella. Dos décadas más tarde, William Carlos Williams se comía unas ciruelas y hacía de ello una acción poética, un poema. No solo respondían a una modernidad que abolió la épica de la belleza, sino que destronaban así otra épica: la colonial, la vitoriana. Imagen e imaginario también se independizaban. En un país tan vasto, tan inabarcable, supongo además que el detalle importa; la necesidad de llevar a escala comprensible para el ojo humano lo que no puede abarcarse a simple vista. Como idea, la fotografía moderna tenía que surgir en Nueva York: era tal vez la única forma de detener tanto vértigo.
Pero no me voy a poner ahora a dilucidar raíces y ramificaciones del imaginario estadounidense, corre uno el riesgo de terminar montado en el Mayflower o viéndolo llegar. De todas formas, la tradición no es solamente asunto de pasado, sino de diálogo y a mí me interesa el diálogo que los poemas de George Franklin establecen, desde su particularidad, con una manera de hacer y decir. Trama y urdimbre. No sus poemas, no en general sino los hacen de Among the ruins/Entre las ruinas un cuerpo que, como todos los cuerpos, tiene tripas y humores, membranas finísimas que lo recubren.
Editado bilingüe por Katakana Editores (Miami, 2018) y traducidos por la poeta colombiana Ximena Gómez —sin cuya mirada amorosa y su conocimiento de la lengua, la experiencia de este libro estaría incompleta, pues traducir no es solamente hacer entender— este cuerpo nos habla desde la materia destruída y el tiempo. Al menos eso promete el título. Las ruinas, cuerda floja en la poesía. Fácil caer en el abismo del cliché romántico, quedarse ahí suspendido, arruinar el espectáculo. Pero Franklin es un funámbulo magnífico, conoce el poder del vacío, negocia con él. No solo con su condición de espacio en blanco, de nada, sino también como lugar para ser llenado. Lo material de lo inmaterial y viceversa, esa mirada que inmediatamente asociamos a la mística oriental, pero que se repite en varias culturas. La runa de Odín, dios nórdico que todo lo ve y todo lo sabe, es una runa en blanco. Runa en ruinas, como este libro.
Desde el vacío se construyen estos poemas. Blanco Malevich, un color con muchos tonos. Blanco Jasper Johns, utilizado para desdibujar identidades. Lo que pasa en ellos es irrelevante para la concienca épica del mundo y de la poesía. No encontraremos grandes respuestas a la condición humana sino, tal vez, esa condición en sí misma; expuestas su fragilidades y fortalezas y todos los espacios que median entre ambas. En esa medianía la vida cruje: una brizna de yerba atraviesa una pared, hay pájaros que hacen nidos. Lo poético no es aquí (y probablemente en ninguna parte) meramente emanación del lenguaje, ese juego que tantas veces se presta para la cáscara y el artificio, sino lo que se desprende de ciertas cosas. El poeta recoge, da forma a lo recogido, cifra códigos, produce chispas con las palabras.
Imágenes de distintas ciudades, árboles, animales, lluvia, conviven en este libro con camas donde se ama o se muere; con un sombrero y una tortilla de papas. El afuera se hace íntimo y la íntimidad se expone; lo trivial es trascendente y lo trascendente, trivial. Los órdenes se invierten, una épica de la anti-épica. Libro-botella de leche, libro-ciruela. The eagle misses the mole perceives/ lo que el águila no ve lo percibe el topo, dice uno de los versos y ese topo también es el poeta. Franklin ve lo que no vemos desde las altas cumbres de la poesía. ¿Y no es ese ver desde abajo, desde la tierra y lo simple, lo mismo que hicieron Pound, Ginsberg, Hemingway, Kerouac, tantos otros? ¿Cada quien a su afiebrada manera? ¿No “arruinaron” también —y afortunadamente—cierto modo de hacer literatura, hablando con la musa como se hablaba con los amigos?(1)
Sin llegar a ser poemas en prosa estos son, además, abiertamente narrativos. Franklin cuenta sin vergüenzas, se detiene, relata y mira, vuelve ruina la frontera entre géneros:

…El servicio domiciliario
Le dio más morfina, y esa noche la enfermera
Me despertó cerca de la 1 o 1:30. Me dijo que la hora
Estaba cerca; fui entonces a su habitación, que en otro
Tiempo había sido la mia. Me paré al lado de la cama.
Su pecho traqueteaba al respirar. Estaba entrando en paro.
Después de un rato la enfermera le cerró los ojos.
Me quedé ahí, pero no tenía nada que hacer.
La muerte había sido mucho más fácil de lo que pensé. (2)

Y son también fotográficos, apuestas por lo retenido (no detenido, no hay nada detenido en la fotografía, sino cápsulas, revisitaciones). Cada poema una necesidad de componer y unificar la experiencia, de ofrecerla orgánica en un solo encuadre. No en vano están acompañados por las imágenes de Cheryl Ferrazza, con las que dialogan, pero eso es ya asunto de otras páginas.
En medio del diálogo, la ruina y la memoria, un espacio aglutinador: Miami. Su ciudad particular,
pequeña, íntima. La mosca que le ofrenda a la mujer que ama, en el borde de una copa.

…una claridad ardiente y
Dulce de la que no hay escapatoria,
Excepto caer.

Ese Miami que se vive en dos idiomas (o varios) como también se vive este libro: no solo las fronteras entre géneros se desdibujan, sino que es posible brincar de un lugar a otro gracias a la traducción; mirar desde dos lenguas y dos realidades una misma cosmogonía. Como las ruinas, este libro es territorio disuelto, presencia y ausencia. Como Rilke, se pregunta si sabe también a nosotros el espacio en que nos disolvemos.

 

(1) La máxima de Ginsberg
(2) Fragmento del poema Ladrones de cuerpos.

Among the Ruins/Entre las ruinas de George Franklin disponible en Altamira Libros

© All rights reserved Kelly Martínez-Grandal

Kelly Martínez-Grandal (La Habana, 1980) es escritora, editora y curadora de fotografía. Fue profesora de la Universidad Central de Venezuela, país donde vivió por veinte años.

Ha recibido varios premios a la investigación literaria y ha participado en varias antologías poéticas. En el 2017 publicó su primer poemario, Medulla Oblongata, con CAAW Ediciones. Actualmente reside en Miami, donde trabaja como asesora de proyectos editoriales y culturales.

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