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Diciembre 2013

LA CENA. Ériq Sáñez

Desabrida, pensó él.

 

¿Quién me manda a estar aquí? Quiero fumar un porro, pensó ella, arrugando los pliegues de su parte del mantel.

 

Pero ah, no. No vaya a ser que el suegrito se nos muera, pensó él, levantando la vista en busca de la sal.

 

Como si no quisieran que se muera ya el achacoso aquél, pensó ella, que tenía enfrente suyo el salero pero prefería esperar a que Luis tuviera que pedírselo.

 

Y si vuelve a decirme algo, uno de sus chistecitos rompe hielos… pensó él, que flagrantemente escuchaba su iPod al saber que los adultos no lo estaban mirando.

 

Sólo el ruido de los cubiertos y tener que oírlos masticando, pensó Luis.

 

No me puedo quitar esta cosa: me van a ver los brazos y la víbora esa me va a criticar, pensó ella, que trataba de disimular la incomodidad de su trasero en la silla.

 

Tan gordos, tan acabados, pensó ella mientras arrebataba el salero ante los ojos de Luis y su esposa para llevárselo hasta el otro extremo de la mesa, usarlo y ponerlo al lado suyo con los ademanes de quien manipula un peón de ajedrez.

 

Mi madre, ¡echándose todo el vino encima! Pensaron Hugo, subiendo el volumen,  y Alma, casi bufando desde sus nalgas cansadas.

 

Vieja torpe, idiota, pensó de sí misma la madre de los tres, cuando se levantó para limpiarse en la cocina.

 

No querrías que te reclamáramos, vieja torpe, pensó la víbora, dejando en paz el mantel para concentrarse en su propia pequeñísima copa de vino. Y luego pensó también que faltaban todavía las tías y sus hijos mustios.

 

Pero ni les pidas dinero a los muertos de hambre, porque, ¡ah!…, pensó la víbora, que se levantó a “ayudar” a su madre, procurando, siempre accidentalmente, llevarse la sal a la cocina.

 

¿Porqué él sí se queda viendo la tele?, pensaron Luis y Hugo, el menor, viendo al señor empotrado en el sofá.

 

Desabrida, pensó ella, que finalmente se quitó el abrigo, dándoselo a Luis, su esposo, con una suerte de disculpa en la mirada.

 

Desabrida. Y siempre traen de más pero se ofenden si uno no repite plato, pensó Hugo, al tiempo que transcribía esos pensamientos en el Twitter.

 

¿No les falta nada?, parecía pensar la víbora, cuando salió de la cocina como supervisando que todo siguiera en orden.

 

Vas a ver, maldita drogadicta, pensó Luis, levantándose de la silla y haciendo un puño con el mantel.

 

¡Habla!, pensaron todos en la mesa.

 

No, pensó la madre.

 

Vamos a ver… ¿Dónde me voy a sentar yo?, dijo entonces el padre, que se levantaba quejumbrosamente del sofá en espera de que su hijo menor se quitara los audífonos y respondiera, con una sonrisilla, la obviedad de su posición en la cabecera. Y también dijo: Parece velorio… A ver, pongan unos villancicos o algo, ¿no?

 

Faltan 3 horas, se pensó al unísono.

 

Comenzaron a hablar con una alegre falsedad. Todos bebieron, todos comieron mientras la madre los atendía. Cuando les ofrecía vino era con mano temblorosa y a todos les tocaba turno para impacientarse. La víbora pensaba arrebatarle la botella pero sólo decía: Mamá, ¿no quieres que te ayude? Por servirnos a todos ya no va a quedar nada para ti. Siéntate.

 

No, déjala que sirva, luego tú le ayudas con los platos. ¿Qué no ves que se esforzó mucho en la cena?, dijo el padre.

 

Menos mal que no llegaron todos, pensaron la madre y la víbora.

 

…Porque no me iba a alcanzar para más gente, calculó la madre en su interior.

 

Anda, tómate el poquín que queda, le dijo la madre a su hija obesa.

 

¿No será ya mucho? Si de por sí veme, dijo Alma, mientras la víbora trataba de contener una risotada.

 

Son copas para anís. Un poquín de vino no ha matado a nadie. Ahora voy por otra. Y por las copas grandes. Quería que probaran el vino especial primero. Como en la Biblia, dijo la madre y sonrió. Ninguno le hizo caso. Llegó a la cocina, destapó una botella y se sirvió un buen trago en una copa normal. Se quitó el delantal y vio que su blusa más fina se había arruinado por completo.

 

Vieja torpe, idiota, murmuró la madre. Ya casi tomas tú también.

 

Eriq SañezÉriq Sáñez es poeta y narrador. Con Ni regreses si estás con esa ramera obtuvo el Primer lugar del Premio nacional Punto de partida 2010. Reside en la Ciudad de México y ha sido colaborador en El Universal, Revista Este país y Luvina, entre otras publicaciones.  Síguelo en  Fb  https://www.facebook.com/eriq.sanez y Twitter: @EriqSanez

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