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Diciembre 2018

HOMBRE #1. Eduard Reboll

Hombre #1

 

Entonces Yahveh formó al hombre con polvo del suelo. Insufló aliento de vida.

Y resultó un ser viviente en la Tierra.

Versículo 7. Génesis

 

Sus gafas eran como un tornasol de un solo color. En el patio se limpiaba los vidrios de botella de sus gafas con un pañuelo blanco. Los frotaba varias veces mientras sus ojos aparecían exhibidos al público infantil que lo rodeaba como dos almendras. A modo de circo, los niños se mofaban de él untando sus mocos verdes en el mismo. “Patito chino”… en la boca de todos.

No había paraíso, ni manzanas que permitieran una aparición de Dios en aquel aquelarre.

El milagro era él.

 

 

A los siete años, comió los primeros donuts del país con tenedor y cuchillo. Un chocolate negro, servido en una diminuta taza de su abuela, era el café con leche de cada mañana. En su habitación colgaba la foto de un hombre de Hong Kong que había hecho honor a su oficio político como libertador. Un campeón de tenis de mesa con la imagen roja de Mao Zedong al fondo. Un Jesucristo de madera y oro en el centro de la cama. Y una foto de sí mismo, desnudo, sobre una cuna rosada, colgado en un marco.

Sólo entendía el cero y el uno. Sólo la suma y la multiplicación como herramientas de trabajo para construir un mundo matemático a su medida.  Argumentaba que un quebrado era estúpido si exceptuásemos el 1/2 . Esta división lo derivó a un verbo: compartir. Lo que más deseaba: compartir desde el egoísmo.

Los polígonos solo tenían un porqué, si iniciaban su orientación hacia la circunferencia. El triángulo, o era obtusángulo a modo de hamaca, o no tenía sentido lúdico para él. El punto, como sujeto bajo la soledad en un plano, era la forma más estética de centrar la atención. La recta, un juego hermoso entre sagitas que permitían que las dos primeras letras del abecedario se pudieran juntar en mayúscula, AB. El plano, el contenido con una fórmula concreta para averiguar la cantidad de área en aquel espacio. El alma de los objetos

Conocía la capital de Togo. Denominaba a su refrigerador de barras de hielo, Juneau; en homenaje a Alaska. Que Adís Abeba pertenecía a Etiopía. Qué los molinos de viento de la Mancha obligaban al Quijote, sí o sí, a pronunciar esta pequeña frase en aquel voluminoso libro: “La razón de la sinrazón …que a mi razón se hace.”

 

Un día le dijo a su papá que no quería ir más a aquella escuela religiosa. Su papá lo matriculó en un colegio público del barrio, para que el tema del Divina Misericordia no fuera una entelequia en su vida.  Al año siguiente, lo despidieron del aula por hacer demasiadas preguntas al maestro de Formación del Espíritu Nacional. El director le comentó a la familia que éste no era un lugar para él.  Que allí se venía a escuchar y no a poner en ridículo a tu mentor desde la tarima. “Márchese”.

 

That’s it. Esto es un hombre. Uno.

Después de un año sin vernos, nos abrazamos un día previo a Thanksgiving en Miami. Frente a frente… junto a la palabra. Hui ying, su mujer, lo había despedido del apartamento aquella misma noche por negarse a ir al supermercado a comprar cloro, arroz blanco y un pastel de calabaza para el hogar.

Un marido no hace eso a su esposa- le dije.

Y él me contestó – No paro de hacerme preguntas. Hace tiempo que estoy investigando porqué salió, una señora, de una costilla de nosotros. Creo que hay algo de mí, dentro de una mujer que yo no reconozco. Un quebrado con un uno arriba y un dos como denominador. He dicho.

 

© All rights reserved Eduard Reboll

Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)

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