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Noviembre 2016

EUGENIA RICO REDIME A LÁZARO CON “EL BESO DEL CANGURO”. María Dolores Fernández

el-beso-del-canguroSinopsis

“Explica la vida de Lázaro, un joven pícaro, camarero, camello, esclavo sexual que recorre el mundo de ama en amo y de cuerpo en cuerpo. Con hambre de amor, entre promiscuidad y ternura, entre hachís, cocaína, constructores, prostitutas, colegialas, mujeres maduras, mafiosos y políticos corruptos lucha para no ser un maltratador como su padre y para liberarse de la maldición que le persigue: el beso del canguro.” (Contraportada del libro, Ed. Suma, 2016)

¿A qué sabe el beso del canguro?

Para comprender a qué sabe el “beso del canguro” según Eugenia Rico hay que aplicarse desde el principio. Si el título nos parece intrigante –y sugestivo- las primeras páginas pueden sorprendernos e incluso desubicarnos. Nos encontramos ante el discurso en primera persona de Lázaro, un joven poco afortunado pero con un sueño: ir a Australia. El inicio es una confesión imprecisa, confusa,  en clave poética, que crea un profundo desasosiego en el lector. Esta voz narrativa, descontextualizada, nos habla de sangre, de muerte y de fantasmas. El texto, sumamente breve, concluye con una alusión a la cárcel y con la presencia de una mujer que le insta a hablar. Constituye un capítulo brevísimo  sin título, una escena in media res que salta al futuro. Su función es crear un estado de excepción, un escenario atractivo para el lector: lóbrego pero estimulante,  inesperado y al mismo tiempo premonitorio.

«No soy malo pero creo que he matado a un hombre. Me desperté con su sangre en mis manos, con el sabor de la sangre en mi boca, mi camisa empapada, los ojos cegados. Por la sangre

El siguiente capítulo, de extensión aún más reducida que el anterior y también sin título, es una forma de captatio benevolentiae muy sui géneris. Con él E. Rico pone de manifiesto sus intenciones y el tema primordial de la novela: las segundas oportunidades. Sin ser una obra de tesis, la autora desea mostrar sus cartas desde el principio. El lenguaje no es claro ni unívoco, pero la primera pista está ahí abonando el terreno. Cuando el lector acabe de leer podrá retornar al principio, a los orígenes, y todo cobrará sentido. Es aquí donde se enuncia una frase de gran peso en la novela, un oráculo difícil de olvidar por su carácter aforístico:

“Nadie va al funeral de los que mueren por dentro.”

Así arranca El beso del canguro, con una declaración de intenciones por parte de la  autora. Sin anclajes temporales, con un personaje desconocido que asume la voz del discurso, sin que la acción quede circunscrita a una determinada geografía. Muy al estilo de Eugenia Rico, donde el tiempo discurre sobre  distintos ejes cronológicos, en espacios diversos, en un intento por desubicar lo contingente y alcanzar el sustrato, las verdades esenciales que son la razón última de su obra. Y en eso la autora es una maestra.  Léanse, si no, precedentes como La muerte blanca (2002) o Aunque seamos malditas (2008), obras esenciales en su bibliografía.

Pero volvamos de nuevo a El beso del canguro. Después de estas páginas iniciáticas asistimos a la transformación de la novela. A partir de ahora la historia se desarrolla bajo premisas estructurales y estilísticas más tradicionales que le sirven a la autora para detallarnos sin estorbos los avatares de Lázaro. De acuerdo con un esquema clásico, lineal –de la niñez del protagonista a la edad adulta- y con una voluntad itinerante, E. Rico nos irá narrando los hechos y las circunstancias que marcan la vida de su personaje. No olvidemos que El beso del canguro rinde homenaje a: La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, más conocido como El Lazarillo de Tormes (1554). Por lo tanto, estructura y temática se ajustan a su referente. Desde este momento somos testigos de las “fortunas” y “adversidades” de Lázaro, descritas con un toque de fina ironía. El relato de sus vicisitudes es ameno, ágil y argumentalmente ligero. La maestría de la narradora es evidente al configurar un retrato en apariencia tan liviano  sobre la marginalidad y la miseria en nuestro país. Los  desvalidos se nos muestran en toda su vulnerabilidad, a veces como títeres, otras veces como abúlicos comparsas de una sociedad corrupta.

Las historias del joven  Lázaro se van hilvanando hasta constituir la imagen de un pícaro moderno y desinhibido, sin demasiada voluntad, que se abandona a los placeres y a los caprichos del destino. Su hedonismo no es triunfal, sino más bien producto de la ignorancia y del abandono del que es víctima. El tejido sobre el que, página a página, se va configurando la trama viene representado por diferentes ciudades: Barcelona, Madrid, Córdoba. La galería de personajes es rica, seres alejados de las convenciones y de la moralidad al uso, abocados al fracaso y a la delincuencia la mayor parte de las veces, pero indudablemente atractivos. Todos ellos, pese a pertenecer a ambientes  sórdidos, despiertan la empatía del lector. La ironía y la indulgencia tiñen el discurso del narrador y evitan la aparición de prejuicios y tópicos que darían pie a juicios de valor, de los que la autora huye, diligente. En consecuencia la narración es en apariencia desenfadada, fácil de seguir. Ello no impide que el cuadro resultante esté lleno de elementos plenamente significativos, de indicios que al lector más avezado no se le escaparán. Bajo lo anecdótico, tras la sensualidad que dirige la vida del protagonista,  advertimos su desesperada búsqueda de amor y el porqué de su naturaleza complaciente, de su conformismo, de su apatía.

Pero aún no hemos desentrañado el enigma del beso del canguro ni por qué da título a esta historia. Aquí es donde entra en escena un país, un mito: Australia. Para Lázaro Australia tiene una enorme capacidad de sugestión, hasta el punto de convertirse en un tótem que le consuela de todas sus desventuras. El protagonista de El beso del canguro sueña con ir a este país -a las antípodas- desde niño porque cree firmemente que allí encontrará la felicidad, un lugar que le alejará de una existencia pobre, desarraigada y sin amor.

Se trata de un concepto idealizado, ya que su conocimiento de Australia se limita a las  referencias que un familiar, que ha regresado de allí, hace del país al principio de la novela. Con posterioridad el protagonista completa la información a través de fotografías y con la lectura de algunos datos que le ayudan a acabar de configurarse una imagen de la tierra prometida. Por eso proyecta en Australia, esa tierra mítica llena de canguros, todas sus aspiraciones y sus sueños. De ahí que esos animales extraños, presentes a lo largo de toda la novela, acaben convirtiéndose en un personaje más; un personaje que evoluciona en la misma proporción que el protagonista, puesto que es producto de su imaginación.

El “beso” del canguro, como puede advertirse, empieza a cobrar sentido.  Esta metáfora  sintetiza las esperanzas del protagonista y las fusiona con su anhelo amoroso, ya que la  función primordial del  beso es demostrar la afectividad. No obstante, no podemos obviar la influencia de El Lazarillo de Tormes, cuya sombra se proyecta sobre El beso del canguro antes incluso de que iniciemos la lectura. La visión fatalista del Lazarillo  sobre la existencia humana predispone inevitablemente al lector y le sitúa en un escenario de malos augurios. De ello se sirve la autora para introducir el tema del determinismo y para jugar con la ambigüedad de ese “beso”, que no parece presagiar  nada bueno. La función metaliteraria de El Lazarillo de Tormes es decisiva, de tal modo que el determinismo constituye un elemento básico de la novela. Desde este fundamento apriorístico –que ya se pone de manifiesto en el subtítulo- es inevitable que el beso, que en un principio pudiera plantear una perspectiva de amor y felicidad, acabe por dar un vuelco de 360º y sorprenda al propio personaje con su maldición siniestra. Conforme avanza la historia la  maldición se aproxima a Lázaro, inexorable, hasta que en el tercio final se convierte en una amenaza inquietante. Esa certidumbre, tratada con las técnicas de un thriller psicológico, supone un momento de clímax en la novela, ya que el personaje se da cuenta de la amenaza sin que sea capaz de huir de ella o remediarla.

A medida que la imposibilidad de viajar a Australia se hace patente, la falta de perspectivas es desoladora y el hundimiento del protagonista le acaba conduciendo a prisión. En su trayectoria vital el contacto con realidades más y más denigrantes, las traiciones y el desamor rompen la quimera de su niñez y la fatalidad, más que nunca, se alza como un sino irrefutable. El “beso del canguro” ha saltado –como el animal-, se ha corrompido, se ha demonizado. No en vano será el supersticioso Felipe, un gitano al que Lázaro conocerá en la cárcel, el que desgrane su significado y le avise del peligro.

“-Lo importante es que no te bese el canguro. Siempre acaba por besarte, toda mi vida he corrido delante del canguro y al final me besó, como a todos, (…)”

También la tradición cinematográfica nos trae a la memoria el recuerdo del beso de los mafiosos italianos a sus víctimas, antes colaboradores, gesto que suponía una condena de muerte explícita. Y no olvidemos precedentes literarios posteriores al Siglo de Oro, como la impagable novela del argentino Manuel Puig (1976), El beso de la mujer araña, maravillosa recreación de una seducción de ambiente carcelario que cuestiona los límites del amor y los prejuicios homófobos.  No en vano El beso del canguro inicia las andanzas de Lázaro con una relación homosexual entre él y Ángel, y precisamente este último será el personaje que actúe como Deus ex machina para propiciar un giro definitivo en la novela. Pero no nos anticipemos. El capítulo X, que tiene casi valor de revelación para el protagonista,  detalla cómo soñar el beso del canguro significa invocar de alguna manera su llegada, es decir, anticiparse a la muerte o a algo peor, rendirse a una vida de abyección, la deshumanización más extrema y más terrible.

La maldición del “beso” del canguro funciona, pues, como parábola  aterradora. En ese  momento crítico de la novela finaliza el homenaje a su homónimo del Siglo de Oro. La relación de las “fortunas y adversidades” de Lázaro va a dar un giro radical. Se produce un quiebro y la autora despega de su referente para tomar otros vuelos. El  título que inaugura esta nueva etapa en la novela es muy elocuente: “Eliminación de Residuos Sólidos del Alma S.A”.

“Y yo le digo a la psicóloga que no soy ni más malo ni más bueno que los demás y que si estoy en el trullo es por inocente y por dejarme calentar la cabeza por las mujeres (…)”

A partir de “El tiempo de los sueños” -capítulo X- los caminos del Lazarillo clásico y el Lázaro de Eugenia Rico se bifurcan. La novela abandona el registro eminentemente descriptivo y adquiere una dimensión más poética, donde lo onírico toma carta de naturaleza. Principio y fin, de este modo, cobran pleno sentido. Es la estrategia de la autora para hacer que las segundas oportunidades tengan cabida en una relación de hechos que parece obstinarse en demostrar lo contrario. No solo advertimos diferencias argumentales, sino que la alegoría del canguro evoluciona hasta que en las últimas páginas se redime de forma muy significativa: del “beso del canguro” pasamos al “vientre del canguro”, en clara alusión al útero materno, protector y cálido:

“(..) El gran canguro blanco que algunos llaman avión nos acogía en su vientre. Dio el salto definitivo hacia arriba y el estómago se me escondió dentro del ombligo. Volábamos. (…)”

Se ha obrado lo imposible: se ha roto el hechizo y el animal ha dejado de estar maldito. Ya no amenaza al protagonista con su aliento de muerte. Ahora Lázaro ingresa en otra realidad y en ella el “canguro” se ha vuelto blanco, vuela, es un icono de modernidad, se ha mimetizado con un objeto tecnificado y veloz: el avión que le conduce a Australia. Descargado de todas las connotaciones negativas previas -casi lúgubres-, en las páginas finales del libro el “canguro” se alza ante el lector como emisario de libertad, una promesa de amor y prosperidad para el protagonista. El canguro renace como un ave fénix, se nos muestra como el epítome de un sueño.

Que las segundas oportunidades existen puede ser una realidad, esa es la tesis de Eugenia Rico en El beso del canguro. Por eso, su mensaje desmonta el sentido de El Lazarillo de Tormes de 1554. A pesar de que la autora le rinde tributo con su novela y aunque se declara admiradora de su predecesor anónimo, el sentido que E. Rico otorga a su historia es muy diferente. Los horizontes que despliega ante su protagonista tampoco tienen nada que ver con los que estaban a disposición del Lazarillo en el Siglo de Oro. Por coherencia histórica tampoco hubiera podido ser de otra manera.

 

Conclusiones: Eugenia Rico dixit

El modo en que Eugenia Rico rehabilita a su personaje es particularmente interesante, ya que recurre a su faceta más imaginativa, a su habilidad para crear raras simbiosis entre lo onírico y lo aparente, a su capacidad para manejar diferentes ejes temporales. Así concluye el periplo vital de su protagonista.

Estos rasgos, que están presentes al principio y al final de El beso del canguro, son la  envoltura de la novela, el lugar donde podemos reconocer el anagrama de Eugenia Rico.  Para la autora el mensaje determinista del célebre Lazarillo de Tormes es inadmisible. La predestinación marcada por el linaje, los condicionantes sociales y los prejuicios son términos caducos que no se resigna a aceptar. Por eso lanza a su Lázaro un salvavidas en forma de canguro blanco. Al hacerlo Eugenia Rico celebra las segundas oportunidades. El mensaje no podía ser más esperanzador.

Y si creen que no es así, lean El beso del canguro. Quizás luego piensen de otro modo.

Valoraciones críticas

JULIO LLAMAZARES: “Eugenia Rico es la mejor prueba de que sí hay buenos escritores jóvenes en España.”

LUIS MATEO DÍEZ: “Dueña de un mundo muy personal y de un estilo peculiar que nos cautiva.”

LUIS LANDERO: “Una novelista espléndida, genial.”

Rico, Eugenia: El beso del canguro. Ed. Suma. Madrid, 2016

© All rights reserved María Dolores Fernández

Ma Dolores Fernandez GuerreroMaría Dolores Fernández es filóloga y residente en Barcelona  (España). Creadora del blog literario Despeñaverbos, es autora, entre otros, del conjunto de relatos Halogramas y del poemario El escriba en su pirámide.

mdolores@despeñaverbos.es

twitter: @sibilinda

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