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Agosto 2015

ESA COSA INÚTIL QUE ES LA POESÍA. Elidio La Torre Lagares

Me perdonan la franqueza, pero la poesía no sirve para nada. Es verdad. Así lo han consignado en diversas ocasiones y seguro tienen razón. La poesía, después de todo, no tiene tiempo, vive en un eterno tiempo presente que se desplaza en las formas de los verbos, sí, pero siempre es un aquí, un ahora. Una condición de la utilidad es el tiempo- pregúntese la última vez que compró un producto lácteo y no miró la fecha de expiración.

La poesía es leche eterna.

Eso, definitivamente, no sirve de nada. Como la inmortalidad. (El único beneficio de la inmortalidad es político: si existiera, no habría guerras, ni desigualdad, ni habría países ni nacionalismos. Pero como no existe, entonces creamos la poesía, ese apego a permanecer continuos en el tiempo, como más o menos decía Lezama).

La poesía, me dijeron hace poco, no deja.

Por las virtudes de ese positivismo utilitarista decimonónico, hemos eliminado cualquier fundamento de las verdades y principios universales que no sea empírico. Tengo hambre es empírico. No tengo dinero también. Pero, ¿me hace falta la poesía? Para comenzar, habría que comenzar a definir la poesía y ya eso es una complicación —que de paso, es empírica. O whatever.

No culpo a los que tienen en buena estima a la inutilidad de la poesía.

De aquel proyecto positivista que germina a finales del siglo XIX en el mundo, heredamos la fascinación con lo servible, con lo práctico, con lo inmediato. Como decir una botella que luego arrojamos a la basura sin darle la oportunidad de ser florero. Así. La sociedad desechable es una maravilla y mi cinismo también.

El punto es que un Poeta —así, con letra mayúscula— como Pablo Neruda admite que si le preguntan qué es poesía, no tendría palabras para contestar, “pero si le preguntan a mi poesía, ella, les dirá quién soy yo”. Que la poesía persiga y encuentre a uno podría constituir un tipo de conducta impropia. Stalking le llaman.

A mí, la poesía me trollea. Es una cosa que yo no busca, sino que me llega, me abusa y se burla de mí. Como la mala suerte, o, a veces, como las mejores alegrías.

En tiempos de la Cibernia —como llamo a ese plano virtual en el cual confluimos con “amigos” y “seguidores”; esa plaza infinita llamada red social—, la poesía aparenta estar de moda. En Twitter, nos hace ver “tuit chic”. Tuit chic— en pasarela de 140 caracteres por los segundos que dure en el TL. TL— time line, o línea de tiempo. La poesía es sonido disperso en el tiempo, dijo Lezama. La poesía es todo, dijo Luis Lloréns Torres cuando inventó el panedismo (guglealo).

En Facebook, adorna nuestros muros, grafita nuestras páginas personales, flora en nuestras actualizaciones de estado. Actualizaciones de estado— pura ciencia física, como decir uno es agua y luego vapor. Como decir: “Jey, antes era Gregorio y ahora soy escarabajo”. En fin, es un plano cartesiano revertido, si se me permite el disparate: en los status updates, uno no piensa y luego existe; uno existe cuando nos dan me gusta. Si no, eres, por tomar las palabras de Ray Loriga, tan útil como un pez en un gimnasio.

Oh. ¿Acaso dije útil?

Hace poco leí: “Creo que una de mis medias está embarazada”. ¿Qué tan útil es eso? No es un poema, ciertamente, pero se comporta como uno. Qué le vamos a hacer— la poesía es impostura. Luego escribí un poema sobre el acontecimiento de “casar las medias”, como le llamaba mi abuela al acto de hacer que las medias rimaran del mismo color, diseño y textura. ¿Quién dijo que la poesía es fácil? Ciertamente, no fue mi abuela, que tejía palabras como flores de hilo y cargaba la paciencia de una tortuga.

Al poema de la media, le senté en mis rodillas. Le encontré amargo. Y le injurié. Me creí Rimbaud hasta que el verano me trajo la risa espantable del idiota. Pensé: “¿Es esto poesía o infertilidad?” Ante la falta de una respuesta, le sacrifiqué a los dioses binarios del ordenador. Delete. Delete. Delete. Etc.

George Steiner atribuía la determinación de las estructuras de pensamiento a “la materia oscura de la poesía” (véase el ejemplo de la media embarazada). Materia oscura— como la mayor parte de nuestro universo, y hasta eso permanece en el reino de lo especulativo. Claro, no hay idea sin palabras. Cada palabra es una obra poética, dice Borges, pues “el lenguaje es una creación estética”.

Seguro. Hay palabras lindas. Feas. Buenas. Malas. Pero llenas de ideología. Žižek opina —y yo le creo— que hay ideología en todo, hasta en los toilettes.

Para Octavio Paz, la actividad poética es “conocimiento, salvación, poder, abandono”. Suena a una visita al toilette, ¿no? (¿Ya mencioné mi cinismo?). Pero es más un proceso por el cual cambiar al mundo. Cualquiera que se diga poeta aspira a transformar al menos una persona, aunque sea a sí mismo (que rima con cinismo). Así comienzan los grandes cambios en los pueblos, los países y en la humanidad.

Los poemas nadan entre las verdades del tiempo –decir vida y muerte-, los pescamos como una mentira. Sus palabras no son fijas. No son inamovibles. Tampoco son, como argumentaba Lyotard, significados despegados de sus significantes, porque si fuera así, este escrito no tendría sentido (¿lo tiene?). Las palabras son esos intentos fútiles de explicarnos a nosotros mismos, la más bella mentira de todas.

Algunos “amantes de la poesía” son culpables de perpetuar el buen nombre de la inutilidad de este arte. Aunque no se percatan de ello —creo yo; es más, espero yo— tratan la poesía como un bien de consumo, una comodidad (mi mala traducción del vocablo commodity, pero me gusta la noción que encierra la palabra inglesa) que atenta, paradójicamente, contra su naturaleza (la poesía no sirve para nada, ¿recuerdan?). La poesía constituye ese género de mercado del libro que no es mercadeable, en el sentido capitalista de la palabra cuando nos referimos al más burgués de todos los géneros, que es la novela.

Así que es verdad: bajo estos términos, la poesía es una cosa inútil. Solo sirve para inventar sueños, texturas, posibilidades —ese otro estado de la materia del cual se compone nuestra experiencia de vida— hasta que llega Gabriel Celaya a la velocidad del instinto y nos apunta un poema al pecho como si quisiera detonar un rifle de asalto. A fin de cuentas, un acto.

© All rights reserved Elidio La Torre Lagares

elidiolatorreElidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.

En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.

En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.

twitter: @elidiolatorre

Muy buenas reflexiones sobre algo tan abstracto y tan solido como la poesia que es el arte del sentimiento y la observacion del infinito, pre-escrito en nuestro cerebro aun antes de escribirlo en papel.
Por la poesia y el poeta perdi la virginidad.

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