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Julio 2019

DESCOLONIZAR EL PARAÍSO: MARÍA, DE JORGE ISAACS Y LA INMIGRACIÓN JAPONESA AL VALLE DEL CAUCA. Sebastián Díaz Martínez

El viento que baja soplando Los Andes

Sobre el gran Valle en el cielo del amanecer

Vamos, levantémonos amigos

Para levantar nuestra segunda patria

Blandiendo el machete en una mano

Brilla la luna sobre el platanal

Bajo la sombra de las hojas pensamos

Vamos, luchemos juntos, amigos.

Kaitaku Sanka. Jorge Yasuhiro Kato y Gerardo Katsumi Tadano.

Canción de la colonia japonesa de El Jagual, Cauca.

El Rakuyo Maru, un barco perteneciente a la compañía Nippon Yusen, partió del puerto de Yokohama el 7 de octubre de 1929. Después de bordear las costas del pacífico americano, arribó el 16 de noviembre a las barrosas playas de Buenaventura, aún sin puerto, en el litoral colombiano, trayendo consigo la primera oleada de inmigrantes organizada sistemáticamente por el gobierno de Japón. Fueron cinco familias que se instalarían en una primera colonia al suroccidente del Colombia. José Tamura, un descendiente de este primer arribo, me comentó que su abuelo entró en pánico al pensar que se había equivocado de barco y había terminado en el África remota al ser la primera vez en su vida que veía una persona negra.

Las primeras cinco familias se instalaron en la región del Cauca, al suroccidente del país, y formaron la colonia de El Jagual en el municipio de Caloto. En 1930 y 1935, tocarían territorio vallecaucano dos oleadas más, de 10 y 25 familias respectivamente, que se mantuvieron herméticas en su colonia hasta finales de la década de los 40, donde la persecución política por parte del estado colombiano, el cual le había declarado la guerra al Imperio de Japón en apoyo a Estados Unidos, hizo que se dispersaran a centros urbanos aledaños, como Cali y Palmira, tras padecer casi una década de la infértil tierra de El Jagual, donde al parecer sólo crecía cañabravas de tres metros de altura.

Japonés cortando cañabrava. Fuente: Cincuenta años de la emigración japonesa al Valle del Cauca. 1984

Entre libros, investigaciones, crónicas e incluso una novela y una película, se ha recalcado un hecho extraordinario y enternecedor de este proceso migratorio: María, la icónica novela de Jorge Isaacs, que narra el ensombrecido y trágico amor entre Efraín y María, germinado entre intensas descripciones geográfico-poéticas del Valle del Cauca, fue un motor pasional para muchos migrantes nipones. Incluso la famosa hacienda de Isaacs en El Cerrito, Valle del Cauca, donde vivió Isaacs y que inspiraron las edénicas descripciones geográficas del libro, fue un punto de peregrinaje para las comunidades japonesas migrantes. Al parecer, según muchos críticos, la prodigiosa prosa de Isaac palpó tan profundamente en los corazones de aquellos hombres de tierras tan lejanas, que les fue insoportable vivir lejos de aquel paraíso que la literatura prometía.

Asimismo, el lugar de María en el discurso de la inmigración nipona ha sido usado para ejemplificar, no solamente la sensibilidad de las poblaciones migrantes, sino también como umbral económico frente a la disciplina del trabajo y la explotación de la tierra. Hay artículos que veneran el progreso económico que atañó la llegada de los japoneses a territorio vallecaucano, como la importación de maquinaria pesada y la apertura del puerto de Buenaventura, el mismo lugar al que llegaron plagados de adversidades, ante los mercados asiáticos. Siendo así, la historia del éxodo nipón al Valle del Cauca esconde entre un relato pasional de recepción literaria un profundo interés económico, así como María, bajo la apariencia de una novela sentimental, se contextualiza en el fracaso del proyecto esclavista, hacendado y conservador de la Colombia de mediados del siglo XIX.

Fumigación de la colonia japonesa con maquinaria agrícola. Fuente: Cincuenta años de la emigración japonesa al Valle del Cauca. 1984

Frente a esto, es importante traer a colación una figura protagónica y a la vez misteriosa del proceso migratorio: Yuzo Takeshima. Un superficial tanteo investigativo de este nombre, atravesando algunos artículos académicos o periodísticos, lo haría relucir el ostentoso título de ser el primer traductor al japonés de la novela de Isaacs. No obstante, según las investigaciones de la antropóloga colombiana Inés Sanmiguel-Camargo, la máxima autoridad en este tema, y quién le ha dedicado décadas a describir minuciosamente la inmigración japonesa en Colombia, el personaje de Takeshima despliega una serie de inquietudes, ambigüedades y contradicciones. En primer lugar, no es muy claro el papel filológico que Takeshima desempeñaba: unas versiones aseguran que era profesor de lenguas foráneas de la universidad de Tokio, otros que era simplemente un estudiante. En segundo lugar, parece que su traducción de María sólo sobrevive en los testimonios y recuerdos de los migrantes; Sanmiguel-Camargo consultó todos los ejemplares de la revista “Nueva Juventud” donde los testimonios de Samuel Kiyoshi Sima y Adolfo Akira Nakamura afirman que se publicó, sin haber encontrado la traducción.

Sin embargo, hay un detalle que ha sido confirmado, aunque poco expuesto o mencionado por medios periodísticos y críticos, que es sumamente diciente del lugar de Takeshima en la inmigración: Takeshima, además de figurar en los especializados anales de estudios del proceso como traductor de María, fue un funcionario de la Compañía de Ultramar de Japón, una institución anexa al Ministerio de relaciones exteriores de ese país cuyo fin era fomentar la inmigración de japoneses que habitaban locaciones rurales; algo así como una escuela para la diáspora. Takeshima, poco antes de llegar a Colombia, había estado en Brasil junto con el cónsul de Japón en Panamá para evaluar eventuales migraciones al país sudamericano. Takeshima presentó, junto con Tokuju Makishima, un experto en agricultura que se unió a la exploración en Colombia, un informe donde describía la región, sus condiciones geográficas y climáticas, su contexto político, su marco legal y, por último, se agregó a dicho informe una referencia a María, de Jorge Isaacs. Más aún, Takeshima fue el dueño legal, patrocinado por la Compañía de Fomento de Ultramar

Siendo así, María se articuló bajo un uso político de la estética, un espacio donde se somatizan las distintas coyunturas sociales, políticas y económicas que ronda la obra. La novela fue un objeto de seducción con el fin de incitar la explotación económica de los territorios americanos. Por tanto, aquel paraíso germinado en el desglose cautivador de la prosa ha encubierto una estrategia colonialista perpetrada por el Imperio japonés de la Restauración Meiji: hacer que la población japonesa circunscrita a territorios rurales se embarcara a territorios extranjeros (recordemos que hubo, en este mismo periodo de tiempo, grandes migraciones a países sudamericanos como Brasil, Perú y México), apoyarlos económicamente (el gobierno de Japón suplió con maquinaria la colonia de El Jagual) y así exportar e importar productos nacionales con el fin de fortalecer la economía. Frente a este último punto, Sanmiguel-Camargo expone que, por contrato entre los migrantes y la Compañía, solo se podían importar semillas que la compañía misma producía, y toda producción agrícola solamente podía ser comercializadas con ellos.

Fumigación de la colonia japonesa con helicóptero. Fuente: Cincuenta años de la emigración japonesa al Valle del Cauca. 1984

María, más allá de ser una novela sentimental decimonónica, se posiciona frente a complejos debates políticos de índole nacional. Isaacs era descendiente de migrantes: un padre comerciante judío llegado de Jamaica y una madre de descendencia de militares catalanes. Isaacs, al igual que los japoneses, desea poseer la tierra que habita, explotarla, conquistarla, hacerla entrañable. En la novela, María como personaje suele inscribirse en la narración junto con extensas y paradisiacas descripciones geográficas, como si se equiparara la belleza carnal a la territorial. Efraín, al igual que Isaacs en su estatuto de migrante con los territorios colombianos, no puede poseer a María, quien representa el deseo migrante de explotación.

Quizás ese fue el proceso de recepción que asumió Takeshima y los migrantes japoneses sobre la novela: Efraín deseando con tal furor que objeto amado y territorio amado se hacen uno solo. Mientras mayoritariamente se ha elogiado este proceso como un llamado al pueblo colombiano a reconocer el territorio nacional como una tierra prometida por excelencia, aprovechar y valorar sus recursos, una mirada crítica sobre este proceso devela que Colombia fue creada como paraíso en Japón; en la prefectura de Fukuoka, en 1929, se ostentaba el slogan escrito en japonés: “si el paraíso existe, está en Colombia”. Esta idealización corresponde a una estrategia colonialista donde el deseo, mediado en este caso por la literatura, se explaya bajo la sombra de la explotación económica. No es un colonialismo coercitivo, sino seductor; desear poseer como motor de la economía. Un colonialismo muy contemporáneo que ya se empezaba a gestar en Japón en la primera mitad del siglo pasado.

Una cuestión constante (si no es acaso un terror perenne) de los estudios literarios es el hecho del espacio abstracto por donde suelen rondar sus objetos de estudio. Dado que lo literario carece de efectos materiales concretos, se suele sugerir que la literatura está localizada en un espacio inocuo y sin efectos políticos reales. No obstante, este caso ejemplifica cuán importante es reconocer el lugar político en la instrumentalización de la estética; cómo estudiar la literatura, desde su misma escritura hasta su recepción, implica un ejercicio crítico, de develar los espacios de lucha y de resistencia sobre el tan peligroso terreno de la estetización. La literatura, más allá de entretener, enternecer o fascinar, también puede reescribir la historia si predominar una visión, entreviendo intereses imperceptibles, viendo como en cada unión entre palabras hay una profunda y compleja discusión con el poder.

 

© All rights reserved Sebastián Díaz Martínez

Sebastián Díaz Martínez (Cali, 1996). Egresado de Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá. Ha participado en distintos congresos nacionales e internacionales de literatura. Ha escrito un libro de poesía, Taciturno (Caravana editores) y colaborado en distintas revistas universitarias con textos de ficción, ensayos y crítica. Se ha desempeñado como docente de español y literatura en distintas instituciones de educación media en Bogotá.

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