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enero 2015

BREVE HISTORIA DE LA POESÍA ARGENTINA (SEGUNDA PARTE). Luis Benítez

El Siglo de Oro en América

Como bien sabemos, la colonización de nuestro país se produjo mientras España transitaba por un brillante período cultural, el llamado Siglo de Oro de sus letras, cenit del Renacimiento ibérico.

Este se inició en España en el primer tercio del siglo XVI y se extendió hasta casi la totalidad de la primera mitad del XVII.

La tardía -en relación a otras porciones de Europa- irrupción del humanismo en España trajo aparejada una renovación en su poesía, tanto temática como formal. Los detractores del Renacimiento español en poesía, motejaron a esta nueva manera de poetizar de “italianizante”, por la adopción que hicieron los nuevos autores de formas derivadas de las cultivadas en igual período por los humanistas italianos, entre ellas, preponderantemente, el soneto.

Sin embargo, el humanismo español posee características propias que lo diferencian de los procesos similares operados en el resto de Europa. En principio, las apelaciones religiosas que desaparecieron con la Edad Media  en Italia y Francia no cedieron definitivamente su lugar durante el Renacimiento español, ni tuvo el clasicismo grecorromano un auge comparable al que alcanzó en esas naciones. Puede decirse que durante el Siglo de Oro la poesía española equilibró el logro de la impecable expresión clásica combinada con la originalidad y la creatividad personales. Viva expresión de esta amalgama que no buscaba imitar sino utilizar de un modo propio los recursos estilísticos y las sendas abiertas por el humanismo son las obras de Luis de Góngora y Argote, Francisco de Quevedo y Lope de Vega, por referirnos solamente a las de mayor envergadura.

Para el hombre culto de la época, español o americano, los nombrados eran antecedentes a seguir y modelos a imitar, aquí sí en un pie de igualdad con la concepción clásica grecolatina, resucitada por el humanismo, que atendía a que era pertinente, en una obra de arte poético, que se destacara la influencia de los modelos estilísticos. De este modo, no resultaba sorprendente para el lector y aun hasta buscado, que un autor se asemejara en sus procedimientos y recursos a otro muy notorio durante el período. Esta evidente influencia inclusive destacaba al autor menos conocido, le incorporaba un mérito. Es una concepción muy diferente de la que vendría con la modernidad, pero en aquellos tiempos era la norma y parte importante del canon con el que se medían las cualidades de una obra poética.

Señalada esta particularidad, resulta más fácil comprender el proceso de traslado de metodologías poéticas y recursos estilísticos notoriamente aceptados a tierras americanas, donde los nuevos autores repetirían los mismos procedimientos en la factura de sus obras. Nada tiene de sorprendente, entonces, que Martín del Barco Centenera escribiera su poema La Argentina a la sombra de Alonso de Ercilla y Zúñiga, el autor de La Araucana, o que Luis de Tejeda se esmerara en exhibir en Un peregrino en Babilonia lo bien aprendido que tenía su Góngora.

Esta influencia de los movimientos literarios que se producían en España y se proyectaban como modelos a seguir en América persistiría hasta bien entrado el siglo XIX, y prueba cabal de esto afirmado fue lo que sucedió con la siguiente etapa de cambio de los conceptos y las formas poéticas europeas: el Barroco. Este surgió en el panorama lírico español a comienzos del siglo XVII y se distinguió por la complejidad expresiva y la riqueza de recursos formales, principalmente a través de dos caminos poéticos: el culteranismo, representado por Luis de Góngora y Argote, y el conceptismo, cuya cabeza mayor fue Francisco de Quevedo.

Ambas vertientes barrocas, pocos años después de haber surgido en España, desplegaron su influencia sobre los autores americanos, como queda bien explicitado con el gongorino ejemplo de Luis de Tejeda.

Del mismo modo, al imponerse a comienzos del siglo XVIII el neoclasicismo en Europa, sus ecos no dejarán de escucharse y de ser imitados en la América española hasta llegar casi a la primera mitad de la centuria siguiente. Llamativamente, si analizamos los himnos nacionales -un himno nacional es un poema con status de institución en sí mismo- de las naciones latinoamericanas que lograron su independencia en el primer tercio del siglo XIX, veremos que todos ellos tienen una muy marcada influencia del neoclasicismo. Concretamente, el Himno Nacional Argentino es un poema neoclasicista -en su versión completa y original- de cabo a rabo.

© All rights reserved Luis Benítez

Foto LUIS BENITEZ webLuis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay.

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