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Julio 2015

BREVE HISTORIA DE LA POESÍA ARGENTINA (OCTAVA PARTE). Luis Benítez

De la aventura ultraísta a la pretendida polémica Boedo-Florida y la fundación de Sur

Con el retorno a Buenos Aires de un Jorge Luis Borges de 22 años, empapado de una vanguardia española recientemente surgida, la escuela ultraísta, se agregaría al panorama poético argentino un matiz que no por efímero deja de ser interesante, dado que el fenómeno implica una avidez de parte de las poéticas locales de nuevos movimientos y perspectivas para que la novedad tuviese algún predicamento. La aceptación, bien que restringida en cuanto a expansión, del ultraísmo en estas costas, demuestra una cierta apertura en los años 20 hacia un cosmopolitismo característico de las grandes ciudades, que veremos se acrecentará en Buenos Aires, con sus alzas y altibajos, con sus cenits y sus simas, a lo largo del siglo XX.

Como escuela intrínsecamente española y dominada por la presencia de su alma mater, el poeta Rafael Cansinos-Asséns, el ultraísmo importado por Borges tendía a una austera escritura dominada por la síntesis, de buscada precisión, que se se caracterizaba por el abandono de todo ornamento e innecesaria adjetivación, elementos entendidos como inútiles y perjudiciales, que empañaban la expresión del mundo sensible transformado por el poeta en verdades emocionales e interiores. De entre los recursos poéticos utilizables, destacaba para los ultraístas el empleo de la metáfora. Entre otros autores, adhirieron al ultraísmo Gerardo Diego, Jacobo Sureda, Juan Larrea, Guillermo de Torre, Eugenio Montes, Adriano del Valle y Pedro Garfias.

El ultraísmo argentino, cuya cabeza visible era el joven Borges, no por reducido en su influencia dejaba de tener una actitud que no podemos menos que definir como militante respecto de su difusión, modesta en cuanto a medios pero entusiasta en cuanto a intenciones.

Borges no sólo redactó un manifiesto ultraísta, muy al uso de la modernidad, sino que fundó Prisma, la primera revista de tendencia ultraísta aparecida en la Argentina. Además de esta originalidad, Prisma tenía otra: era una revista mural, consistente en una sola hoja que Borges, su hermana Norah y un grupo de jóvenes escritores, entre ellos Eduardo González Lanuza, Francisco Piñero y un primo de Jorge Luis, Guillermo Juan Borges, salían de noche a pegar con engrudo por calles bien elegidas: Callao, Entre Ríos, Santa Fe y México, esta última la que albergaba el edificio de la Biblioteca Nacional, por aquel entonces.

El éxito inicial de la novedosa publicación fue exiguo, dado que los transeúntes arrancaban enseguida los pegotes que dejaba atrás la reducida banda ultraísta de Buenos Aires, pero entonces algo fortuito sucedió.

Alfredo Bianchi, director de la bien establecida revista Nosotros, prestó marcada atención a los predicamentos de aquellos desconocidos y los invitó a publicar en las páginas de su medio gráfico una antología ultraísta.

La propuesta estética traída de Europa alcanzó así otra difusión. Pasó muy poco tiempo antes de que el grupo acaudillado por Borges ambicionara una nueva meta: editar ellos mismos una revista ultraísta en Buenos Aires, de formato más tradicional que su antecedente mural. Así nació la primera época de Proa, que alcanzó los tres números y estaba inspirada en la madrileña Ultra. Entre sus colaboradores se contaron el mismo maestro español, Rafael Cansinos-Asséns, así como Jacobo Sureda, Adriano del Valle,  Roberto Ortelli, Salvador Reyes, Ezequiel Gándara, Guillermo de Torre, Alberto Rojas Jiménez, Macedonio Fernández, Guillermo Juan Borges, Norah Lange, Francisco Piñero y Eduardo González Lanuza.

Para ambientar localmente el momento de la aparición de los ultraístas en la escena nacional, referiremos que la figura fundamental de la literatura argentina, en el momento en que Jorge Luis Borges establece su manifiesto y su primera revista, es Leopoldo Lugones. Además de Lugones, considerado el más importante, descuellan las obras de Alfonsina Storni, Ricardo Güiraldes, Manuel Gálvez, Baldomero Fernández Moreno y Horacio Quiroga.

El ultraísmo argentino sufrió un súbito apagón con el nuevo viaje de Borges a Europa, en 1923, pero volvió a iluminarse -aunque con luces veremos que algo diferentes- a su vuelta, acaecida en 1924, el mismo año de la publicación en Francia del Manifiesto Surrealista, redactado por André Breton.

Retornado Borges a la Argentina,  impulsarían la reaparición de la revista Proa, en su segunda época, los escritores Alfredo Brandan Caraffa, Pablo Rojas Paz y Ricardo Güiraldes. Como en su etapa primera, Proa en la segunda tendría una existencia efímera: algunos números desde agosto de 1924 hasta diciembre de 1926. También en1924, Borges adhiere a la aparición de una nueva publicación, Martín Fierro -“Periódico Quincenal de Arte y Crítica Libre”, según rezaba su portada- que dirigía Evar Méndez. Lo mismo hacen varios de sus compañeros de la segunda época de Proa y una serie de jóvenes escritores de ese entonces, destinados a ser bien conocidos en las décadas siguientes: Oliverio Girondo, Conrado Nalé Roxlo, Eduardo Mallea, Roberto Ledesma, Enrique y Raúl González Tuñón.

Martín Fierro surgió como expresión de un grupo de autores que se proponían acercar las inquietudes de las vanguardias al ambiente literario argentino, con una fuerte apuesta al criterio de “el arte por el arte” y la renovación del idioma. Sus impulsores se reunían asiduamente en confiterías del centro de la ciudad: primero en La Cosechera, de la Avenida de Mayo, y luego en la Richmond, de la elegante calle Florida. Esto les valió el bautismo como grupo de Florida, que se contrapuso a otro, el grupo de Boedo, que nucleó a intelectuales más cercanos a posiciones de izquierdas y que proclamó la necesidad de un arte comprometido con la lucha social. Integraron el grupo de Boedo, entre otros, Roberto Payró, Florencio Sánchez,  Leónidas Barletta, Elías Castelnuovo y Roberto Mariani.

Desde luego, estamos simplificando mucho este capítulo de la historia literaria argentina, pues cabe agregar que, pese a la polémica desatada entre las dos barricadas estéticas, individualmente la relación era más que cordial entre sus respectivos miembros y que había varios autores que participaban de ambos grupos.

A este respecto, se expresa el estudioso Adolfo Prieto con meridiana claridad, cuando dice en su obra Estudios de Literatura Argentina: “Florida trató de actualizar el pulso literario; estuvo alerta a todas las novedades puestas en circulación por las vanguardias europeas”. Agrega el mismo autor en la obra citada: “Logró muchas metáforas felices; mitificó con estéril esfuerzo el arrabal porteño; flexibilizó el idioma; renovó la problemática del arte; malgastó talento e ingenio con la inmunidad que garantiza el ejercicio de la literatura. Boedo debió casi inventarse su propia tradición de literatura de izquierda; pagó copioso tributo a la debilidad de las formulaciones teóricas y a la necesidad de moverse en un medio refractario donde los críticos no se correspondían exactamente con los lectores. Promovió el interés de multitudes por la literatura social; pero se abstuvo demasiado a la mirada extendida de grupos minoritarios y hasta se comprometió, por contagio o inercia en devaneos y juegos verbales”.

Con posterioridad a estas reyertas y actitudes de barricada, que muchos entendieron como una iniciativa de autopromoción concertada entre ambos grupos, Jorge Luis Borges sintetizó los hechos y los dichos de esa aparente discordia: “Acaso hubo un solo grupo, que fue el de Floredo”.

Después de publicar 40 ediciones, en noviembre de 1927 la revista Martín Fierro dejó de aparecer. Respecto del grupo de Boedo, desde diciembre de 1924 tenía su propia revista, Los Pensadores, dirigida por Antonio Zamora. Inicialmente quincenal y luego mensual, sus ediciones se extendieron hasta 1926.

La referencia a determinadas revistas literarias argentinas, para esbozar las características generales del desarrollo de las poéticas argentinas, son obligadas, dado el peso que algunas de ellas tuvieron no sólo en lo que hace a su difusión -siempre restringida, en relación a géneros de alcances más masivos- sino también a la conformación de banderías y grupos estéticos, que abonaron con sus apologías y rechazos la historia del “hampa literaria” de cada período.

Es por ello que debemos ahora referirnos obligadamente a Sur, la revista fundada en 1931 por Victoria Ocampo.

En 1929 el escritor norteamericano Waldo Frank visitó la Argentina, invitado por la Facultad de Filosofía y Letras para dictar una serie de conferencias referidas a la actualidad cultural de su país.

Victoria Ocampo, quien pertenecía a una rica familia local y poseía numerosos contactos con personalidades de la cultura tanto argentinas como europeas, conoció a Frank a través del escritor argentino Eduardo Mallea. Fue el norteamericano quien le sugirió la posibilidad de publicar una revista periódica que tuviese por tarea la difusión de la literatura europea y la del Nuevo Mundo.

Así nació Sur, constituyéndose en uno de los sucesos de mayor peso en la vida cultural latinoamericana del siglo XX. Su primer número se editó en enero de 1931, apareciendo cada cuatro meses hasta 1934. Tras un año de interrupción, su edición se reanudó en forma mensual.

A través las páginas de Sur se difundieron en nuestro medio trabajos originales de autores de la talla de Paul Válery, Aldous Huxley, Martin Heidegger, Henri Michaux, Albert Camus, Rabindranath Tagore, André Malroux, Roger Callois, Antonin Artaud, Georges Duhamel, Dylan Thomas, William Faulkner, Jean Génet, John Osborne y Virginia Wolf, entre otros, siendo muchos de ellos desconocidos hasta entonces en nuestro idioma.

El primer secretario de redacción de la prestigiosa revista de Victoria Ocampo fue Guillermo de Torre -cuñado de Jorge Luis Borges- hasta 1938, cuando José Bianco tomó el cargo. Respecto de la redacción, estuvo compuesta por Waldo Frank, José Ortega y Gasset, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, María Rosa Oliver y Borges, sumándose en distintos números de la revista colaboraciones de otros muchos escritores argentinos, entre ellos Leopoldo Lugones, Ezequiel Martínez Estrada, Roberto Arlt, Adolfo Bioy Casares, en una primera etapa, y posteriormente, Julio Cortázar, Carlos Alberto Erro, Leopoldo Marechal, Francisco Romero, Ernesto Sábato, Juan José Sebreli, Joaquín Gianuzzi y Alejandra Pizarnik, por citar sólo algunos ejemplos.

A lo largo de las varias décadas que abarcó la vida editorial de Sur, la labor de la publicación se distinguió por su dinámica tanto centrípeta como centrífuga, en cuanto al importante papel de difusión de obras de autores extranacionales que dio a conocer en el medio local, como en lo referente a la publicación en sus páginas de autores argentinos.

En los años treinta, la presencia de una revista como Sur permitió superar los peligros de una suerte de insularidad que podría haberse instalado en la poesía argentina, desde la generación del Centenario abroquelada -auque más programáticamente que fácticamente- en un nacionalismo de cortas miras y aun menores alcances.

El internacionalismo, ya declarado al menos nominalmente en otras culturas, se había instalado en la Argentina, produciéndose una circulación de textos e ideas provenientes de diversas culturas -piénsese en las traducciones realizadas tanto para Sur como revista como para la editorial del mismo nombre, amén de la labor paralela realizada por sellos editoriales de la época- cuando tuvo lugar un nuevo fenómeno, dentro de la poesía local, que testimonia una vez más la complejidad del conjunto. Se trata de la poética de la generación del cuarenta, caracterizada por un “retorno” -que veremos que no es acabadamente tal- a formas y tópicas más tradicionales, con claros precedentes en la historia de la poesía argentina labrada hasta esa fecha.

© All rights reserved Luis Benítez

Foto LUIS BENITEZ webLuis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay.

 

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